En un episodio de "American Horror Story", un grupo de fantasmas, quienes a lo largo de sus existencias fueron populares asesinos en serie, se reúnen para cenar en la habitación de un hotel y conmemorar sus hazañas. Poco antes del postre, el anfitrión que convoca a los muertos, un psicópata que regentó durante años el lugar donde se lleva a cabo el encuentro, levanta su copa y brinda, visiblemente conmovido, por la presencia de sus comensales. "Miro a mi alrededor -les dice- y contemplo la definición del éxito americano. Escriben libros sobre vosotros. Hacen películas sobre vuestras vidas. Incluso años después de vuestra muerte, todavía continuáis cautivando a la gente. Dejasteis una marca en la historia. Sois como la Ilíada. Viviréis para siempre". De esto habla asimismo "Mindhunter", la penúltima obra televisiva que versa sobre la mente criminal, mostrándonos, casi de manera académica, el momento en que algunos asesinos dejaron de ser unos homicidas improvisados y de alguna manera pragmáticos, cuyas víctimas solían ser personas que -por razones de diversa índole- se interponían en sus operaciones delictivas, y se convirtieron en unos "artistas" que se veían a sí mismos como iconoclastas incomprendidos pretendiendo reflejar las inquietudes y los traumas de un pueblo que se empecinaba en ignorarlos. Matar, en suma, "por el arte" de matar.

En "Mindhunter" son los años setenta. El detective cambia de estrategia y se dispone a "estudiar" a ese tipo de asesino. Aparece entonces en las prisiones con una grabadora. No va a recopilar pistas relacionadas con casos concretos. No es un interrogatorio formal. Quiere escucharlos, observarlos, comprenderlos. Pero descubre que, si aspira a realizar exitosamente semejante tarea, necesita empatizar con ellos. Les habla, entonces, de su propia vida personal, compartiendo anécdotas familiares, recordando tragedias ocurridas en la infancia. Cuando pasa mucho tiempo sin verlos, él los extraña. Comienza a disfrutar de sus compañías. Incluso les confiesa (sinceramente) sus problemas conyugales más íntimos. El supuesto objetivo de estas visitas es atrapar a otros asesinos y de ese modo reducir el número de muertes. Sin embargo, a lo largo de ese proceso, el investigador se siente seducido por la perversa y "fascinante" mente de su objeto de estudio. Cae ineludiblemente en el hechizo. Ya no hay vuelta atrás. Ha comenzado a respetarlos.

De acuerdo con algunas informaciones, el hecho de que Nikolas Cruz, de 19 años, eligiera el día de San Valentín para llevar a cabo la matanza que tuvo lugar en un instituto de Florida, acabando con la vida de 17 personas, "no es una coincidencia". Se le relaciona con grupos de supremacistas blancos. Utilizó un rifle AR-15, arma de estilo militar, que adquirió legalmente. A Cruz todavía le quedaban dos años para poder beberse una copa de vino en un bar, pero tenía derecho a comprar, si así lo deseaba, un fusil de asalto. Había sido expulsado del centro estudiantil donde perpetró la masacre. Cuentan que era una persona "solitaria" y que estaba teniendo "problemas con una chica". De ahí que se deduzca que la fecha, 14 de febrero, que no sea accidental. Además de las armas de fuego, a Cruz también le apasionaban los cuchillos. Al menos eso es lo que sugiere su cuenta de Instagram. Se han producido 18 tiroteos escolares en este recién empezado 2018. Llevamos tan solo un mes y medio de año. Muchas víctimas y ningún cambio legislativo relevante. Y, mientras tanto, continúa incrementado (y normalizándose) la obsesión.