Para la generalidad de los viajeros los conductores de los vehículos que los mueven no tienen nombre, forman parte del engranaje de aquellos, de funcionamiento satisfactorio en la inmensa mayoría de las ocasiones. Ese anonimato es el sello de un viaje de calidad. Solo cuando se producen incidencias graves adquieren individualidad y por su nombre los juzgamos o los celebramos según hayan ocasionado o resuelto los problemas surgidos.

También ocurre esto, aunque en menor medida, con los gobernantes de las viejas democracias europeas. Una vez, en una recepción en Inglaterra, Maynard Keynes y el primer ministro de entonces fueron anunciados de esta forma: " El señor Maynard Keynes, acompañado de un caballero". Se puede asegurar, sin duda alguna, que las vida cotidiana transcurre razonablemente satisfactoria en un país en el que el heraldo ignora el nombre el jefe del gobierno. El contraste lo ofrecen los Führer, Duce, Conducator y Caudillos cuyos nombres imborrables marcan los crímenes terribles por los que circularon sus enloquecidos destinos.

La organización de la justicia, antes que un poder del estado, es un servicio público sobre cuya importancia para la convivencia ciudadana no es necesario argumentar. Todos tenemos una imagen del buen juez, una persona serena, discreta, modesta, culta y preparada, con su buena dosis de escepticismo, imagen en mi caso y supongo que en el de muchos muy influida por el sistema anglosajón. Sus nombres son desconocidos, fuera del restringido mundo jurídico. Y prestan un servicio público de calidad, con rapidez y justicia.

En España, concentrados sobre todo en la Audiencia Nacional un órgano muy especial, por su origen (sustituyó al TOP) y por su jurisdicción (en detrimento del derecho irrenunciable al juez natural) encontramos un puñado de jueces que son ampliamente conocidos por la repercusión de los asuntos que les son atribuidos; hasta el punto de ser conocidos como jueces "estrella" lo que genera un efecto perverso sobre jueces ordinarios, tentados también por el estrellato. La extraordinaria atención mediática a sus actuaciones implica una forma de presión que lleva a la adopción de medidas como el abuso de la prisión provisional (justificada en preceptos legales utilizados como argumentos retóricos) o a juzgar de casos que deberían corresponder al juez ordinario o que en ella se juzgue "la apología del terrorismo" de artistas o tuiteros lo cual nos hace recordar la inquisición. O la contaminación de lo jurídico por lo político. Algo no funciona bien en nuestra administración de justicia.

Creo que entre otras muchas medidas la supresión de la audiencia nacional es necesaria, restableciendo la absoluta primacía del juez natural quien, por otra parte, no debe ser el juez instructor sino el buen juez garantista que admiramos en el derecho anglosajón.

Vivimos en una democracia, pero adolescente, con todas las insolencias e injusticias de la juventud. Es de esperar que en un par de siglos adquiramos el equilibrio y la serenidad que aporta la edad.