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José Manuel Ponte

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José Manuel Ponte

Sentimentalidad y populismo

La sentimentalidad, hasta la más disparatada, es uno de los ingredientes principales del populismo. Digamos que es su principal fuerza de arrastre. Y todo el proceso del soberanismo catalán está impregnado de sentimentalismo, tanto en la dirigencia como entre el numeroso público que la secunda, en su inmensa mayoría pequeño burgués.

Hace cosa de más de un año quedé muy impresionado al ver cómo lloraba ante las cámaras de una cadena de televisión el señor Oriol Junqueras, líder máximo de Esquerra Republicana y aspirante a la presidencia de la Generalitat. El señor Junqueras es un hombre bastante gordo y muy parecido en sus movimientos a un conocido personaje del cómic como el Oso Yogui. Es un personaje de apariencia pacífica, yo casi diría que abacial, y presume de su condición de fervoroso católico. En un momento determinado, el entrevistador aludió a sus sentimientos respecto de Cataluña y, entonces, al dirigente de Esquerra le embargó la emoción y se echó a llorar.

Uno tiene el máximo respeto por los sentimientos ajenos, pero ver a aquella humanidad agitándose como un flan a impulsos de su, digamos, patriotismo, no dejó de preocuparme. Los buenos -y hasta confiables- políticos que conocimos a lo largo de nuestra vida, eran personas frías y racionales que solo apelaban a la sentimentalidad cuando estaban en una situación desesperada. Y todos tenían un estómago que digería sapos y piedras de grueso tamaño. Justo lo contrario de lo que aparenta Junqueras, salvo que sea un genio del disimulo.

El gran prosista gerundense Josep Pla, que era un hombre de inequívoco talante conservador, dejó escrito que "la terminología política de Esquerra está llena de lugares comunes, de todos los del humanitarismo más insincero y más tronado". Y remataba: "¿en qué consiste la política de Esquerra? Pues muy sencillo, va a consistir en tres años de anarquía sindical, de predominio de las ideas de la Asociación de Viajantes y el correspondiente caviar". Todo esto fue escrito durante el periodo republicano y antes de la guerra civil, y habría que preguntarse ahora si la línea política ha cambiado o sigue imperando la insinceridad.

Y por lo que vamos viendo algo queda de lo que describía Pla. Como el comportamiento de Marta Rovira, número dos de Esquerra, y aspirante a la presidencia de Cataluña si sigue en la cárcel Oriol Junqueras. La señora Rovira fue calificada en un importante periódico nacional como "La plañidera del procés" por su facilidad para verter lágrimas en momentos de especial intensidad política. Según ha trascendido, lloró abundantemente al saber que Carles Puigdemont estaba dispuesto a convocar elecciones anulando con ello la anunciada declaración de independencia.

Al parecer, la visión de esa rediviva María Magdalena, conmovió al todavía president y junto con los reproches por traición de los aliados de la CUP lo llevaron a teatralizar la efímera proclamación de la República catalana que llevó a parte de su gobierno a la cárcel y a él mismo y a cuatro fieles más a la fuga a Bruselas. Y volvió a llorar al contemplar los efectos demoledores de la aplicación del artículo 155 de la Constitución. No obstante, y ya sin lágrimas por medio, eso no le impidió acusar al Gobierno de preparar una intervención del ejército para "llenar de muertos" las calles de Cataluña. Una barbaridad.

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