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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Si bebes, no tuitees

Un profesor de disciplina tan exigente como la nanotecnología es el último -o quizá ya el penúltimo- de los damnificados por largar más de lo que aconseja la prudencia en Twitter.

El docente la tomó en un tuit con el líder socialista catalán Miquel Iceta, que, a su juicio, tiene "los esfínteres dilatados". Parece ser que, con esta nada delicada expresión, el tuitero pretendía aludir a la condición homosexual de Iceta, que el político no oculta ni tendría por qué hacerlo. El resultado es que un fiscal acaba de interesarse por el asunto, lo que nunca es buena noticia para el afectado.

Aunque Twitter no tenga la culpa, es cierto que algunos de sus usuarios han terminado en tratos indeseados con la Justicia. Ya ocurrió con un concejal que hizo coñas sobre los judíos incinerados en la Alemania nazi y otros asuntos sensibles. Alcanzó igual fama, por más que no acabase en los tribunales, el tuit de un diputado por Lugo que, disconforme con el resultado de ciertos comicios autonómicos, no dudó en calificar de ignorantes y esclavos del cacique a los gallegos. Incluidos, como es lógico, aquellos que le habían votado a él.

La probable explicación a todo esto es que las redes sociales -y mayormente, Twitter- les han tomado el relevo a los bares de la antigua era analógica. A medida que se iba acercando la hora del cierre, los clientes, cada vez más animados, llevaban sus discusiones a ese punto en el que todo el mundo alza la voz, como si tener razón fuese una cuestión de decibelios. Inevitablemente se acababa por decir tonterías y por el recurso al insulto como argumento.

La diferencia con Twitter -red social de urgencia- es que el bar constituye un ámbito limitado. Lo que allí se dice, allí se queda; mayormente porque se trata de una comunicación verbal. Las palabras vuelan y se deshacen en el aire como pompas de jabón; pero lo escrito, escrito queda. Y los tuiteros escriben, aunque sea con la limitación de 140 caracteres que la empresa ha doblado ahora para que la parroquia pueda expresarse más a sus anchas.

Un sistema basado en la limitación de palabras habría de excitar, en teoría, la creatividad de quienes lo utilizan. Baltasar Gracián hizo el elogio de la brevedad, en la creencia de que un texto corto obliga a quien lo escribe a prescindir de adornos superfluos e ir al grano.

Podría esperarse que en Twitter nacieran miles de expertos en el arte del epigrama y la frase relampagueante de ingenio; pero qué va. Infelizmente, no está al alcance de todo el mundo -ni aun de una cantidad relevante de personas- la destreza de un Marco Valerio Marcial, poeta romano que escribió más de millar y medio de sentencias famosas por su concisión y agudeza. A lo más que llega la mayoría de los tuiteros, en cambio, es a encadenar injurias más o menos escatológicas, pero sin la gracia ni el estilo de Quevedo.

No es infrecuente que muchos de esos tuits ofensivos -o simplemente, idiotas- se escriban de madrugada, detalle que invita a pensar en una desafortunada combinación de uva y mala uva. Sea ese o no el motivo, parece aconsejable rescatar, parafraseándola, la vieja recomendación de Stevie Wonder, que iba ciego pero lúcido: si bebes, no tuitees. Y si no bebes, cuenta hasta cien. Ya están tardando los gerifaltes de Twitter en advertírselo a sus pajarillos.

stylename="070_TXT_inf_01"> anxelvence@gmail.com

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