¿Existió en realidad Fausto, el protagonista de la leyenda clásica alemana? El religioso reformador y erudito alemán, Philipp Melanchthon (1497-1560), afirmaba haberlo conocido. Sin que existan datos rigurosos que lo atestigüen, el Fausto histórico sería, si es que lo fue, Johann Georg Faust, asimismo conocido como Fauso o Faustífero. Nacido probablemente en 1480, en la ciudad alemana de Knittlingen (Baden-Wurtemberg), se habría doctorado en la Universidad de Heidelberg y acaecería su muerte, para unos en el año 1509 y para otros en 1540, en Staufen de Brisgovia. Tras dejar la Universidad habría seguido una vida aventurera, siempre en huida constante, al ser acusado de brujería. Incluso se decía que se hacía acompañar siempre de dos grandes perros que personificaban demonios. Real o no, su pintoresca vida inspiró leyendas populares y dio lugar muchas obras literarias, artísticas, cinematográficas y musicales. De todas ellas, el Fausto de Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832) es posiblemente la más transcendente, una de las grandes obras de la literatura universal y, desde luego, la obra más famosa del que, en palabras de la escritora británica George Eliot (1819-1880), fue "el más grande hombre de letras alemán? y el último verdadero hombre universal que caminó sobre la tierra". La obra es una tragedia dialogada, publicada en dos partes (1806 y 1832), cuya segunda versión no sería editada hasta después de la muerte del autor, en 1833. La tragedia se articula en torno a dos centros: el primero es la historia de cómo el personaje, Fausto, fatigado de la vida y decepcionado, vende su alma al diablo a cambio de la juventud eterna; el segundo es la historia desafortunada y fúnebre del amor entre Fausto y Gretchen, también llamada Margarita. En 1831, el compositor y poeta alemán, Richard Wagner (1813-1883), compuso siete canciones para la primera parte del Fausto de Goethe. Otros autores la musicalizaron después. Entre ellos, Charles Gounod, en 1859, compuso una ópera, Faust, con libreto escrito por Jules Barbier y Michel Carré, basada en la obra de Goethe. La ópera se presentó, el año 1866, en el primer Teatro Colón de Buenos Aires. El que les escribe tuvo la oportunidad de comprobar el testimonio de tal evento en el archivo museístico del actual Teatro Colón, cuando lo visitó, en 2012, en compañía de su mujer, Georgina. Se asegura que este teatro posee la sala con mejor acústica del mundo para ópera.

Pues bien, en contraposición con Fausto, que vendía su alma al diablo en busca de la eterna juventud, el hombre de hoy vende su alma a un Mefistófeles vestido de Ciencia y Tecnología. Un diablo, sin lugar a dudas, más temerario, porque se niega a sí mismo y ofrece una juventud que se corresponde con la que canta Ruben Darío (1867-1916) en Canción de otoño en primavera (1905). Lo refleja bien su texto: "Juventud, divino tesoro, / ¡ya te vas para no volver!... / Cuando quiero llorar, no lloro, / y a veces lloro sin querer? / ¡Mas es mía el alba de oro!". En efecto el doctor Carlos Blanco Soler en sus conversaciones con el escritor, académico electo, periodista y diplomático, Agustín de Foxá y Torroba (1906-1959) -recogidas en Un mundo sin melodía (1950)- no se refiere a la eterna juventud sino a un crepúsculo prolongado. Y aquí un paréntesis. Foxá fue un personaje curioso y controvertido, casi desconocido hoy, que pasó de estar a punto de ser fusilado, simplemente por ser aristócrata, a ser falangista en su juventud. Un falangista que tanto redacta el Cara al sol; como hace un doble juego en Bucarest, en su calidad de Secretario de Embajada de la República; como le dedica un soneto satírico a Celia Gámez; como se burla del Frente de Juventudes, al afirmar "son niños vestidos de gilipollas mandados por un gilipollas vestido de niño". Lo expresa con fidelidad su autorretrato: "Gordo; con mucha niñez aún palpitante en el recuerdo. Poético, pero glotón. Con el corazón en el pasado y la cabeza en el futuro. Bastante simpático, abúlico, viajero, desaliñado en el vestir, partidario del amor, taurófilo, madrileño con sangre catalana. Mi virtud, la imaginación; mi defecto, la pereza. Soy conde, soy gordo, fumo puros; ¿cómo no voy a ser de derechas? Todas las revoluciones han tenido como lema una trilogía: libertad, igualdad, fraternidad fue de la Revolución francesa; en mis años mozos yo me adherí a la trilogía falangista que hablaba de patria, pan y justicia. Ahora, instalado en mi madurez, proclamo otra: café, copa y puro". Mas, dejemos a Foxá y retomemos el hilo del artículo. Discúlpenme mis lectores la digresión, es lo malo de recordar otras cosas mientras se escribe y estimar interesante el pasárselo.

El antes aludido, Blanco Soler, le explicó a Foxá, que lo malo es que en lugar de obtener la juventud, que es primavera de la vida, se prolonga el otoño, que es el ocaso de la existencia. La ciencia médica, aliada con las buenas condiciones ambientales y estilos de vida saludables, no recupera el "alba de oro", sino que aplaza el crepúsculo. En concreto, en España, hay cada vez más ancianos, y más longevos, sobre todo mujeres. La caída de la mortalidad está ligada al aumento de la esperanza de vida. En 2016 subió una media de 0,5 años, quedando en 83,2 años en el caso de las mujeres y 80,4 años en el de los hombres.

La investigación actual tiene como uno de sus ejes centrales la prolongación de la vida evitando los deterioros constantes, las variables fisiológicas de la supervivencia y de la fertilidad. Con esta finalidad, toma como base el no envejecimiento de las células germinales que sobreviven millones de años. Desde la década de los 70 del pasado siglo, los biólogos evolutivos han retrasado, de forma deliberada, el envejecimiento, mediante la selección natural, lo cual se persigue retrasando el momento de la reproducción. La reproducción a edad más avanzada prorroga la fase en la que la selección natural es más fuerte. Con todo ello la senectud se retrasaría. Sin embargo, no hay que engañarse, no envejecer no implica ausencia de muerte. No se puede eliminar por completo el envejecimiento. Los adelantos biológicos del siglo XXI nos proporcionan fármacos y otros tratamientos, de forma singular la terapéutica genómica, que nos permiten, cada vez en mayores cuotas, estar sanos para disfrutar la vida, pero no dominar el declive de la ancianidad y conseguir la inmortalidad.

De forma paralela a la prolongación de la vida, en los países desarrollados se produce una disminución de la natalidad, sobre todo entre los nativos. Ya no hay niños ni chicos en nuestras aldeas y es cada vez más reducido su número en los parques, calles y colegios de nuestras ciudades. Allí donde hay más inmigrantes la reducción de la natalidad es menor; y de forma absurda, por puro e irracional egoísmo, queremos cerrarles nuestras fronteras, cuando debíamos recibirles con los brazos abiertos. Ningún país europeo, con la excepción de Francia, tiene una tasa de fertilidad que permita mantener la población actual -dos hijos por mujer-. Algunos países, como Reino Unido y Suecia -1,8 hijos por mujer- o Países Bajos -1.7 hijos por mujer-, mantienen cierta estabilidad. En los países del Mediterráneo, salvo Chipre, y numerosos países de Europa del Este, la cifra está alrededor de 1,5 hijos por mujer. En España el número de hijos por mujer en 2016 fue de 1,33 -1.27 entre las españolas y 1,70 entre las extranjeras-. En Galicia, el índice de fecundidad está por debajo de la media -1,12 hijos por mujer-, y tiene el peor saldo vegetativo de toda España, con 12.683 defunciones más que nacimientos. Una fecundidad por debajo del nivel de reproducción conduce a una población que envejece, lo que desencadena desequilibrios en el gasto sanitario y en el de las pensiones. Por encima, desaprovechamos la sabiduría y experiencia real de los ancianos, es más, decretamos su jubilación forzada en plena productividad. Con todo ello creamos una sociedad con menos capacidad para generar innovación cultural, científica y tecnológica. Es verdad que en una sociedad democrática, la decisión de tener o no tener hijos, o la de tener un número limitado, es completamente personal y libre. Pero también es innegable que las malas condiciones materiales, laborales, sociales y culturales restringen esa libertad de elección. La prueba evidente está en la brecha entre países, ligada a las decisiones políticas y buen gobierno de las administraciones. Así juegan papel fundamental: la tasa de empleo femenino y las facilidades para hacer compatible el trabajo de la madre y las necesidades de los hijos, las subvenciones monetarias y servicios para los niños. Para desarrollar políticas de apoyo a la fertilidad, lo primero es mostrarse sensibles a la población, tanto autóctona como inmigrante, muchas veces desperdiciada, e invertir lo suficiente para que las perspectivas de los futuros padres sean buenas.

Muchos se imaginan, desde hace bastantes años, a una Europa y a una parte de América, poblada por viejos "bien conservados y útiles", sí, en definitiva viejos, lamentablemente "aparcados y desaprovechados", en donde los niños y los jóvenes son bienes escasos. Si es así, y lo es, viejos y niños han de ser cuidados en extremo.

Necesitamos, exigimos, una buena asistencia geriátrica especializada, que no la tenemos y una asistencia pediátrica óptima que cuide los pocos niños que pueblan nuestro país. Los días 1 y 2 del mes en curso, se celebró en Ourense el LXVIII Congreso de la Sociedad de Pediatría de Galicia. Con tal oportunidad me hicieron un reconocimiento y homenaje público, en agradecimiento a mi hacer pediátrico. A la vez se lo rindieron al que fue mi fraternal amigo y más fiel colaborador, José Luis García Rodríguez. A lo largo de los 35 años en que tuve la inmensa suerte de comandar el Departamento de Pediatría de Ourense, lo hice dirigiendo un grupo de pediatras y personal sanitario y no sanitario en el que todos hacían y dejaban hacer, con mucha ilusión y mucho esfuerzo, consiguiendo mejorar -aparcando falsas humildades, de eso no tengo duda- la salud de los niños de Ourense. Como consecuencia, el mérito es de todos y cada uno. Yo me limité a articular la función y tratar de obtener lo mejor de cada cual. Con la disminución de la población infantil de nuestra provincia, el Departamento de Pediatría bajó gradualmente su potencialidad y servicios, esto es innegable, por mucho que multipliquen su denuedo los buenos profesionales que hoy allí trabajan. El alcalde de Ourense, don Jesús Vázquez Abad, al entregarme un obsequio en nombre de la Sociedad Pediátrica, recordó la necesidad de recuperar una asistencia pediátrica idónea. A esta reivindicación me sumo, aunque solo tenga valor testimonial histórico. Aunque queden solo unos cuantos partos y unos cuantos niños en Ourense, han de tener la misma calidad y continuidad de asistencia, y en las mismas condiciones y accesibilidad a los servicios, sin necesidad de desplazamientos, que los niños de otras poblaciones gallegas o españolas. Si son pocos, razón de más. No es cuestión de números, en esta situación hay que mirar más a la eficacia que a la eficiencia, aunque no sea estadísticamente correcto.