El New York Times publicó la semana pasada un extenso y polémico reportaje sobre un "nacionalista blanco". En él contemplamos la vida de Tony Hovater, un hombre "educado" y "discreto" al que le gusta mucho Seinfeld y Twin Peaks (tiene un tatuaje de la serie de David Lynch). Nos cuentan que se casó hace poco. A su boda acudieron parejas interraciales. Pero a Tony no le importó. Los "Hovaters" viven en Ohio y tienen cuatro gatos. A medida que avanza la narración vamos descubriendo más cosas acerca de este joven de 29 años. Él dice, por ejemplo, que no es un racista, pero que es "mejor" que las razas se mantengan separadas. Por eso -precisa- es un "nacionalista blanco" y no un "supremacista blanco" (este engañoso y venenoso matiz inunda todo su testimonio). Cree asimismo que el gobierno federal es demasiado grande, que ningún medio de comunicación es imparcial y que los programas de discriminación positiva para las minorías son "injustos". Estas son opiniones legítimas. Pero luego también asegura que Hitler fue "un hombre que realmente creía que estaba luchando por su gente y haciendo lo que creía correcto". Himmler, a su juicio, fue más cruel con los eslavos y con los homosexuales que el dictador alemán. Una afirmación que desprende un ligero tufo negacionista. (El historiador británico David Irving, uno de los nombres que encontramos en la biblioteca de Hovater fotografiada por el periódico, ha pretendido atribuirle a Himmler y a otros jerarcas nazis la autoría de la Solución Final, apartando al Führer de la orquestación del genocidio).

El texto viene acompañado de tres imágenes de Tony en distintas situaciones demasiado cotidianas: enfrente de su casa, conduciendo un coche y llevando un carrito de la compra en un supermercado. Digo demasiado porque de ahí surgió la controversia del artículo escrito por el periodista Richard Fausset. Muchos lectores no tardaron en manifestar su indignación. Hasta el punto de que un editor del Times y el propio reportero se vieron obligados a dar algunas explicaciones. ¿Cómo se han atrevido a presentar a semejante bárbaro, cuya ideología repulsiva ha provocado (y provoca) violencia y discriminación en el país, como a una persona "normal"? ¿Cómo es posible que este fanático con mascotas se parezca tanto a un ser humano? ¿Volvemos a Jerusalén con Hannah Arendt? Ocurre que Tony es algo más que un engranaje, pues no es un burócrata sino un activista entusiasta; participa a menudo en la radio, se describe como un "villano de las redes sociales" y contribuyó a fundar un partido de extrema derecha, uno de los grupos que acudió a la sangrienta manifestación en Charlottesville. Fausset confesó que su investigación no le proporcionó las respuestas que buscaba, que no pudo comprender por qué esta persona "inteligente", "de clase media" y "relativamente integrada" se transformó en un amable fascista. Pero el periodismo en ocasiones solo puede mostrar la superficie. "A veces las almas permanecen oscuras para el escritor y para el lector".

Las preguntas que nos formulamos ahora son otras. ¿Cómo informamos sobre el mal sin legitimarlo? ¿Cómo retratamos a un nazi sin normalizar su discurso? Las ideas de Hovater, como hemos podido comprobar, constituyen un confuso y grotesco batiburrillo: liberalismo económico, cultura popular, "humor judío", simbología nacionalsocialista, populismo de derechas, planteamientos antisistema y revisionismo histórico. A pesar de predicar el odio (el perfil se tituló inequívocamente "Una voz de odio en el corazón de América"), parece un tipo respetuoso y tolerante porque, a diferencia de los skinheads o de algunos histriónicos miembros del Ku Klux Klan, expone sus ideas atroces civilizadamente. Sin embargo, el caos mental que exhibe este hombre revela una ignorancia incluso más peligrosa que el fanatismo de los viejos dogmáticos. No es la banalidad del mal sino la maldad que provoca el pensamiento banal. Y el reportaje de Fausset, al menos, sí nos alerta sobre las posibles consecuencias de esto último.