Si se observa con atención el desarrollo del "procés" y el momento político de España, sobre todo en lo que afecta al partido en el gobierno, se ve la necesidad de una crisis, explicitada mediante un choque, aceptado por ambas partes ya que lo impone objetivamente la situación. Eso sí, un choque sin riesgos significativos de deriva violenta.

La ofensiva jurídico-política de los independentistas, con excelente aprovechamiento táctico de las circunstancias, si bien ha dado visibilidad internacional al nacionalismo catalán y convertido sus aspiraciones en el tema dominante de la política española, no ha logrado romper el "catenaccio" gubernamental. En términos ajedrecísticos la posición se halla bloqueada, bloqueo que favorece al gobierno ante la necesidad de su adversario de mover ficha. El nacionalismo afronta un punto de no retorno. Si después de haber marcado a fuego la fecha "uno de octubre" renuncia a sus planes ante la imposibilidad de avanzar a través de las líneas de la política del gobierno, sus líderes aparecerán como héroes de una ópera bufa, deslegitimados ante su electorado, frustrado, y la sociedad catalana en general. Y ello aunque se confíen a nuevas elecciones cuyo resultado dista mucho de estarles asegurado y que podría ser incluso un desastre por la desilusión del voto independentista. El daño causado a sus objetivos sería enorme.

Es inevitable entonces realizar un sacrificio, un autosacrificio dramático, que conmoverá la plácida espera atrincherada del gobierno y que obligará a este a definirse en una situación nueva. Desde luego el sacrificio costará la partida (en el puro terreno jurídico) pero el proceso se desarrolla en el largo plazo, con una pluralidad de encuentros, para los que aquel, perdedor en el primero, preserva e incrementa todas las posibilidades en la esfera política.

De ahí que los nacionalistas vayan a ir hasta el final, (celebrar el referendo y proclamar la república catalana, Companys, 1934, y en mejores condiciones que entonces) sin temer las consecuencias (incluida la inhabilitación y la prisión (que no será demasiado larga) de los líderes y la intervención de la Generalitat. Estará claro que por medios pacíficos (otro camino no lo toleraría la sociedad catalana) han hecho todo lo posible por sus ideales.. El independentismo perdería, repito, esta partida pero se fortalecería de cara a nuevas elecciones con el coraje mostrado por sus representantes y la conmoción y movilización de los catalanes ante las medidas adoptadas por el Gobierno. Es fácil entonces vaticinar, el incremento de su magnitud hasta sobrepasar con claridad la mayoría del voto electoral, y si esto ocurre, tendremos inevitablemente una república catalana favorecida por lo que parece ser una imposibilidad estructural de las élites gobernantes (políticas, jurídicas, intelectuales) de pensar un estado catalán ( y no solo catalán) dentro de una nueva configuración política española, la cual , de seguir así las cosas, ni siquiera será una solución, superada por la dinámica independentista.