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Javier Sánchez de Dios.

Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

El corredor

Visto con cierta perspectiva, y la del otro lado del Atlántico no es mala, esto del corredor ferroviario Atlántico de mercancías tampoco es asunto menor. Y no solo porque su exigencia llega tarde mal y a rastras, sino porque amenaza con convertirse en otra bronca -al menos en términos gallegos- entre la Xunta y la oposición. O eso parece tras la última sesión de control al gobierno desarrollada en el Parlamento gallego, cuando el Presidente Feijóo y la izquierda se dieron caña dialéctica.

Sea como -o por lo que- fuere, lo cierto, al menos en apariencia, es que el hoy frustrado corredor no es un asunto que dependa de la Xunta, ni del peso que en Madrid pueda tener cualquier gallego. Es un hecho que quien lo determina es Bruselas -es decir, la UE-, que se inclinó por el Mediterráneo. Y no solo porque en términos objetivos el peso económico de Levante es superior al de Poniente, sino porque parece posible que el Gobierno central lo respaldase también para buscar un punto de salida en el conflicto de Cataluña.

No obstante, y aunque pocas, quedan bazas que jugar. La principal, sin duda, es que la fachada atlántica de la península es una enorme ventana abierta a la comunicación y enlace con las Américas. E incluso hay quien cree que una excelente lanzadera para los intereses chinos en el mercado Iberoamericano. Ahora bien, en opinión de quien esto firma, poco podrá hacerse si la reclamación del corredor se inicia con mutuos reproches entre partes que deben hablar con la misma voz y defender con argumentos similares.

No se trata de plantear un argumentario iluso. La lista de los asuntos en los que Galicia ha perdido por no saber formular las cosas desde una posición colectiva es casi interminable. E incluso en aquellos donde hubo, al menos, coincidencia de puntos de vista, se olvidaron elementos que ahora se ven tan imprescindibles como el principal. Sin ir más lejos, y por citar uno, el del AVE. Por más que haya quien se sorprenda al leerlo.

Resulta obvio que no se pretende restar importancia a la cuestión del tránsito de pasajeros por alta velocidad ferroviaria. A ello se dedicó la voluntad política y la energía social de todo un país desde hace casi veinte años; sin embargo, en el esfuerzo concentrado pudieron olvidarse, o quizá subordinarse las mercancías. Y con ellas los puertos -ahora amenazados por una huelga de privilegiados que anteponen sus intereses a los generales-, situación que implica un error estratégico de difícil arreglo. Aún queda tiempo, pero poco, para enmendarlo: lo que sucede es que, para ello, ha de lograrse que todos empujen en la misma dirección.

¿O no?

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