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Javier Sánchez de Dios.

Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

La sorpresa

Hay algunos analistas que aseguran que entre los alicientes de seguir de cerca y con atención la actividad política está el de que, de vez en cuando, se dan sorpresas. Y que cuando eso sucede se puede llegar incluso al extremo de que los observadores hayan de recurrir al ingenio para hallarle sentido, sobre todo si esa sorpresa rompe de una forma brusca, al menos en apariencia, lo conocido hasta el momento.

Viene a cuento, el introito, de la afirmación del señor presidente Feojóo, refiriéndose a la AP-9, en el sentido de que en la obligación de escoger entre su programa electoral y el mandato de su partido, elegirá lo primero. La tesis no debería sorprender, al menos en el marco de la teórica disyuntina, porque parece claro que su obligación primera sería la de cumplir los compromisos electorales que, al fin y al cabo, le pusieron donde está. Y aunque es muy cierto que el partido no es ajeno a ese éxito, y por tanto le debe mucho, más a quienes de uno en uno lo concretaron.

Por tanto la duda, de presentarse, debe resolverse considerando un bien mayor la lealtad a la gente, y en todo caso preferible a lo que sería un mal -menor en este caso- como romper la disciplina. Y no causaría sorpresa si se considerasen solo dos elementos: uno, que el propio presidente hizo su última campaña desde su perfil personal antes que el colectivo del PP y, segundo, estableciendo un "contrato" personal entre él mismo y sus votantes. Y, por tanto, incumplir sería lo que constituiría sorpresa.

Ocurre que, también en política, entre las palabras y los hechos suele haber un trecho a veces demasiado largo. Y no bastan las primeras para tener la seguridad de que se hará lo que se dice: en el caso de la AP-9 también, porque no es la primera vez que han surgido discrepancias entre Santiago y Madrid y su señoría, aunque en las anteriores, no fueron tan rotundas. Y eso sí es sorpresa, sobre todo vistos los precedentes en asuntos más importantes que el de la Autopista del Atlántico.

En este punto, y antes de rematar la opinión personal que precede, no estorbará una reflexión añadida a la cuestión de la AP-9: hablando de proridades, es seguro que a los gallegos/as le movería mucho más una rebaja, y ya ni se diga eliminación, de peajes que la titularidad misma. Que puede ser una de esas facetas que dan esplendor, pero que a la hora de la verdad, agua. Y, visto el tiempo desde que se explota la AP-9, está más que amortizada y, por tanto lo del peaje no es ni mucho menos un imposible.

¿Eh?

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