A los mítines políticos acuden los convencidos, ya sean militantes o simpatizantes de la formación convocante. Esta, al menos, es la opinión generalizada de todos los partidos. Este tipo de actos se convocan más que para ganar votos para la galería, es decir, para tener presencia en los medios de comunicación. En el debate de ayer entre los tres candidatos a la secretaría general del PSOE lo que se buscaba también eran trascender a la discusión interna. Lo que falta por saber es con qué objetivo final, porque aquí lo que está en juego es el futuro de una determinada fuerza política, algo que está en manos de 187.000 afiliados, la inmensa mayoría de los cuales tiene ya decidido su voto; el resto de los españoles son simples espectadores de lo que está sucediendo en el partido que durante más años ha gobernado en España desde la implantación de la democracia a finales de los años setenta del pasado siglo.

Quién haya ganado o perdido el debate celebrado en la sede federal del PSOE va a tener muy poca, por no decir casi ninguna trascendencia en las elecciones primarias socialistas del próximo domingo. El PSOE, como quedó patente en las intervenciones de Susana Díaz y Pedro Sánchez, está tan radicalizado que lo que haya argumentado uno y otro es lo de menos. O se es susanista o se es sanchista, sin más. Sus seguidores oyen lo que quieren oír (no escuchar) de sus líderes. Esquemáticamente: Según Susana Díaz, Pedro Sánchez obtuvo los dos peores resultados del partido desde la Transición y esa fue la causa de su sustitución; para el exsecretario general, la presidenta andaluza es la cabeza visible, la impulsora, de la abstención parlamentaria que dio el Gobierno a la derecha corrupta que representa Mariano Rajoy. Eso es lo que van a votar los militantes socialistas el día 21, aderezado con algunas otras ideas (faltaría más), pero eso es lo se decide el domingo: dar continuidad o no al comité federal del PSOE del 1 de octubre en el que Sánchez se vio obligado a dimitir al estar en minoría en el máximo órgano de decisión entre congresos del partido.

En un escenario tan extremista, tan poco favorable a la concordia, a la reconciliación, la otra opción en juego, la que representa Patxi López, intentó ayer, como lo viene haciendo desde que anunciara su candidatura, encontrar un hueco que le permita romper con la bicefalia actual, abriendo una tercera vía con alguna opción de triunfo dentro de seis días. No se arredró el dirigente político vasco. Todo lo contrario, jugó bien sus cartas. Pero, ¿para qué? Realmente su propuesta de pacificación de la organización es lo que quieren en estos momentos los afiliados socialistas. No parece que sea así y que pueda haber una vuelta atrás. ¿Y después del día 21, qué?