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José Manuel Ponte

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José Manuel Ponte

Los rivales y la eternidad

En la ciudad donde resido tuvo lugar un partido de fútbol entre los que comúnmente hemos dado en llamar "eternos rivales". Nadie sabría decir con precisión cuándo, y por qué, empezó esa rivalidad y menos aún cuándo y cómo acabará. El concepto de eternidad es una dimensión teológica que supera ampliamente las nociones de espacio y tiempo de la famosa ecuación de Einstein. En los ejercicios espirituales que los jesuitas impartían según la metodología de San Ignacio de Loyola, la eternidad se nos representaba como una enorme bola de acero de por lo menos un metro de diámetro que era circundada por una diminuta hormiguita. "Pues bien -nos explicaba el jesuita que los dirigía- cuando el roce de las patitas de ese minúsculo insecto haya partido en dos la bola de acero, entonces, y solo entonces, habrá empezado la eternidad". Los asistentes, lógicamente, quedábamos abrumados por la dimensión del fenómeno.

Pues bien, como iba diciendo, el pasado fin de semana tuvo lugar en la ciudad donde resido un nuevo choque entre los dos "eternos rivales", aunque en esta ocasión, quizás para limar asperezas y rebajar la intensidad de la pasión partidaria, se obvió en la prensa deportiva esa expresión y se la sustituyó por la de derbi. Un término importado del idioma inglés que en unos casos aludía a una riña tumultuaria que tuvo lugar en la ciudad de Derby (importante nudo ferroviario como aquí lo fueron Monforte de Lemos o Venta de Baños), o a una carrera de caballos organizada por el conde de Derby en 1780. Andando el tiempo, la expresión hizo fortuna y ahora se le llama derbi a los partidos de fútbol entre equipos de la misma ciudad o región e incluso a los enfrentamientos entre el Real Madrid y el Barcelona, aunque en algunos medios prefieren utilizar la palabra clásico en el mismo sentido con que se usa en América del Sur.

Lo cierto es que fue evidente que las directivas de ambos clubes, los medios, los propios jugadores, y hasta una entidad bancaria, se esforzaron en crear un ambiente propicio a la buena convivencia. Y lo que años atrás era utilizado por algunos cafres como una ocasión para enfrentamientos casi belicosos ahora se convirtió en una cita festiva con las dos aficiones cantando unidas el himno gallego en las gradas del estadio antes del inicio del juego. Por lo demás, y como suele ser habitual en esta clase de acontecimientos, la calidad del juego no llegó a la altura de la expectación creada. El balón anduvo más por el aire que a ras de hierba (en algún momento aquello pareció más un encuentro de voleibol) y los porteros tuvieron pocas ocasiones de intervenir. Hasta que, a pocos minutos del final, el astuto Iago Aspas aprovechó un despiste del gigantón Albentosa para marcar el gol que había de ser el de la victoria, entre la alegría de unos y el abatimiento de otros. Y así hasta la próxima ocasión, porque la peculiar relación dialéctica entre los "eternos rivales" no permite nunca una victoria definitiva sobre el rival y obliga a mantener viva la rivalidad por los siglos de los siglos. Y a la hormiguita a seguir caminando infatigable sobre la bola.

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