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Sólo será un minuto

Ajustes de cuentos

Carmen: "Mi padre no sabía cambiar pañales. Nadie se lo pidió y tampoco él mostró el menor interés en hacerlo. Pertenecía a una generación de hombres educados para pensar que ayudar en casa dañaba gravemente su virilidad. Lo más grande que compró para reponer alimentos fue una barra de pan y vivió de esa proeza mucho tiempo como excusa para no echarle una mano a mi madre aunque la viera tirar de un carro de la compra lleno hasta los topes.

Mi padre nunca me contó cuentos para dormirme y por supuesto si mi hermano o yo nos despertábamos gritando por una pesadilla dejaba que fuera su compañera de cama la que se levantara para tranquilizarnos. Mi padre, como todos sus amigos y compañeros, consideraba que poner la mesa o retirar los platos sucios mermaba su hombría. Bien es cierto que es lo que aprendió de sus padres y que mi madre tampoco luchó por cambiarlo. De hecho mi hermano también fue educado con esos principios domésticos machistas y no fue hasta que conoció a su actual pareja que abandonó esas costumbres egoístas y cómodas.

Mi padre era un buen hombre. Sé que fue honesto, trabajador y leal. No sabía demostrar sus sentimientos, pero nunca nos puso la mano encima y habría dado su vida por sus hijos y su esposa sin dudarlo. Lo sé porque lo hizo, y no me apetece entrar en detalles.

Recuerdo sus últimos años de vida, cuando pudo disfrutar de su primera nieta y, con la relajación de los años aprendió a cambiarle los pañales, a pasearla durante horas, él que tanto amaba el sofá y las pelis de vaqueros, a darle de comer, a bañarla, a contarle historias improvisadas de princesas gruñonas y dragones dulces. Vivía al máximo esos momentos irrepetibles y hermosos que no pudo compartir con nosotros para ajustar cuentas y cuentos con su pasado incompleto".

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