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Ceferino de Blas.

Una saga ejemplar

No faltan las sagas en Galicia. Se puede rastrear el mismo apellido por varias generaciones en las empresas, donde existen algunas centenarias, en la Universidad, en la que se repiten genealogías de catedráticos, entre los médicos, los abogados, en la judicatura y hasta en la política.

También las hay en el ámbito de la cultura, como la de los Quesada, aunque no abundan. Pero hay una que descuella: la que inició hace un siglo Camilo Díaz Baliño. La trae a la memoria la reciente conmemoración del quinto aniversario de la muerte de su hijo, Isaac Díaz Pardo, el más conocido de la saga, pero que no le pone fin, ya que tiene continuidad en el diseñador y académico de Bellas Artes, Xosé Díaz Arias.

En las páginas del FARO perviven muestras espléndidas de la creatividad de los dos iniciadores de la saga, y queda el magnífico logotipo del 135 aniversario, celebrado en 1988, obra de Pepe Barro y Xosé Díaz.

Quien abrió surco hace nueve décadas fue el iniciador del apellido con unos dibujos xacobeos que merecen figurar como modelos del mejor cartelismo en una época de genios de este arte, tan apreciado en los años veinte y la República.

Existe una foto en este periódico en la que aparecen Camilo Díaz Baliño e Isaac Díaz Pardo, ataviados con ropa veraniega, en pleno éxito del padre, el mejor escenógrafo de su tiempo y un gran artista gráfico, al que mira arrobado el hijo. Es una foto que irradia felicidad, por lo que resulta inimaginable predecir lo que va a ocurrir en poco tiempo, con la muerte dramática del padre. Ni la desventura del hijo, setenta años después, con un final absolutamente indeseado y que sonroja de vergüenza.

Una copia de la foto -es la que ilustra la entrada de Díaz Baliño en la Wikipedia, pero no recortada, sino con la perspectiva del lugar donde se tomó- la conservaba como un bien preciado Isaac, gran custodio de la memoria de Galicia, a través de otra de sus iniciativas, Ediciós do Castro, que comenzaba por la propia familia.

A estas alturas en que la desmemoria se ha apoderado de las nuevas generaciones, recordar a personajes como Camilo Díaz Baliño -cuya vida, como la de otros intelectuales gallegos, fue segada en el 36-, es hacer justicia a un gran artista y a un personaje que reconcilia al ser humano con el mundo.

Lo mismo ocurre con su hijo, Díaz Pardo, el gran recreador de Sargadelos, artista reconocido y fundador del Instituto Galego da Información, cuya hospitalidad era inabarcable, aunque los almuerzos hogareños que compartía con sus invitados eran tan frugales como semejaba su figura enjuta. Pero lo compensaba su conversación, su sapiencia y su bondad.

Es injusto el final que tuvo, cuestionado y despojado de la obra que con tanto merecimiento creó. Pero si, a la postre, lo que perdura es el prestigio, se ha ganado el recuerdo unánime, como el hombre genial que fue y por todo lo que aportó a su tierra.

Una de sus última producciones fue, en noviembre de 2003, el logotipo de este periódico para su 150 aniversario. Se inspiró en una de las piezas del Vigo romano: la imagen de una de las perfectas estelas que se conservan en el Museo de Castrelos.

Por eso es ejemplar la saga de los Díaz (Baliño y Pardo), que supo aunar producción artística e iniciativa empresarial, pero también arrobas de ética, integridad y bonhomía. Un legado no puede perderse, y harán bien en mantener vivo sus sucesores.

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