Los libros nunca comprenderemos el proceder frente a nosotros de quienes nos crearon, los hombres. Sabemos que son ellos quienes nos han concebido, pero eso no les autoriza a hacerlo cuando quieran y como les venga en gana. Una vez nacidos, tampoco pueden tratarnos, no como a hijos, sino como a siervos rendidos que pueden ser explotados, abandonados o incluso maltratados o exterminados. En unas ocasiones, nuestros padres, los autores, carecen de la madurez y formación necesarias para engendrarnos, y nacemos endebles o deleznables y con poca vida por delante. En otras coyunturas, nuestros progenitores son sesudos y sabios y nos germinan consistentes valiosos, apreciados y perdurables. También es verdad que algunos de nosotros somos hijos de escritores jóvenes que, aunque carecían de experiencia cuando nos dieron a luz, poseían la inspiración y lucidez necesarias para crear una obra de arte.

Una vez llegados al mundo de los hombres seguimos caminos distintos, que dependen de la voluntad y de las oportunidades de nuestros padres, los autores. Un destino es quedarnos en nuestra casa natal para siempre como manuscrito original, sin ninguna relación con el mundo exterior. Otra suerte es ser entregados a otros hombres, los editores, previa cesión de todos o parte de los derechos de nuestros progenitores. En el primer caso, nuestra vida, en forma de escrito original, puede llegar a extinguirse sin que hayamos sido conocidos por nadie o, si tenemos más suerte, ser rescatados por alguien que nos redima para la sociedad. En la segunda circunstancia, los editores, mediante unas madres adoptivas, las imprentas, nos reproducen cuantas veces consideren oportunas, a través de lo que llaman ediciones y tiradas. Al hacerlo nos pueden vestir con las más humildes encuadernaciones rústicas o con las más lujosas cubiertas. Así las cosas, de un modo u otro, ya estamos listos para ser entregados a cualquiera que nos adquiera a cambio de más o menos monedas. Un final terrible es que si no consiguen vendernos y ocupamos lugar, seamos destruidos en lugar de ser regalados a alguno de los muchos que nos desean y no nos pueden adquirir.

En todos los casos, al margen de nuestros padres, nuestro propio ser, nuestros editores y nuestros últimos dueños, los compradores, tenemos vida propia y una dignidad que los más ignoran. Es tanto lo que nos desconocen los hombres que llegan a quemarnos. Los que nos queman son generalmente autoridades políticas o religiosas, llevadas por un intolerable fanatismo ideológico. Aunque dicen que es para salvaguardar los ideales morales, políticos y religiosos, lo hacen para censurar y coartar a los que se oponen a sus pensamientos. Sufrimos una quema generalizada en la China de Quin Shi Huang, en el año 212 a.C., al tiempo que eran enterrados vivos quienes nos protegían. Fuimos quemados los libros de alquimia de la biblioteca de Alejandría, en el año de 292, por el emperador Diocleciano. Nos calcinó Girolamo Savonarola en Florencia, a finales del siglo XV; nos incineraron selectivamente en la Castilla del siglo XVI; fuimos arrojados al fuego los libros de autores judíos y otros censurados por el régimen nazi y, también nos quemaron de distintos modos, tachándonos de inmorales o enemigos, distintos dictadores, grupos terroristas y fanáticos de todos los tiempos. En ocasiones en lugar de quemarnos, nos introducían en índices y "listas negras" de libros prohibidos para que nadie nos conociese.

Otros muchos tuvimos mejor suerte y nos dieron alojamiento en distintas bibliotecas públicas o privadas. Una biblioteca es nuestro mejor destino, pero una vez allí hospedados no queremos quedar aislados como testigos inmóviles. Nuestro deseo es enriquecer con nuestro conocimiento a los hombres que allí nos han depositado, mediante el diálogo permanente que les proporciona el leernos y el consultarnos. No olvidaremos nunca que los hombres nos han creado y que son nuestros amigos y ambicionamos serles útiles, porque también es verdad que nos consideramos imprescindibles, por mucho que traten de sustituirnos por la Wikipedia, los blogs y otros recursos de internet. Su existencia nos complementa, pero no se puede limitar a ella, porque no siempre es rigurosa y fiable y, en cualquier caso, resultaría incompleta y superficial.

En este artículo de hoy, el autor nos ha dado voz a los libros de su biblioteca y alguno de nosotros hemos tomado la palabra. En conjunto estamos contentos desde que aquí nos alojamos. No sufrimos ni exceso de frío ni calor y el grado de humedad es aceptable. Cuando el sol penetra por los ventanales baja unos toldos para evitar que los colores y las letras de nuestros lomos se degraden y terminen por desaparecer. Muchos de nuestros colores provienen de tintes orgánicos y la luz del sol les sometería a varias reacciones oxidantes que terminarían por absorber ciertos colores de la luz blanca, dejando otros colores atrás. Tampoco nuestro dueño permite las corrientes de aire que son las otras grandes destructoras del color. Y no son los únicos elementos adversos de los que nos protege. Lo hace contra otros temibles enemigos como el polvo, la polilla y otras plagas, sin olvidar las malas mañas de algunos encuadernadores que más que barbearnos nos mutilan con la guillotina. De todo eso sabe bastante nuestro actual amo pero, por si fuese poco, su hija María se lo recordó hace unas semanas, regalándole la nueva edición del libro del impresor y bibliófilo inglés William Blades (1824-1890): Los enemigos de los libros. Contra la biblioclastia, la ignorancia y otras bibliopatías (Fórcola Eds. 2016). En su prólogo, Andrés Trapiello escribe: "Si los consejos que da Blades son para que los libros sigan vivos mucho tiempo, bienvenidos sean. Si lo son, sin embargo, para que adquieran la prestancia de una de esas bibliotecas de college oxoniense que gustan tanto a los del cine, con su gótico aspecto de venerables bibliogeriátricos, mejor sería darlos al vacío, quiero decir al olvido. Porque si los libros no son criaturas vivas, ¿para qué querríamos su compañía?" El editor lo complementa con la frase: "Dedicado a los bibliómanos, bibliófilos y bibliofrénicos, y con una especial maldición contra los bibliópatas y biblioclastas".

Nos gustaría tomar la palabra a todos y cada uno de los más de 20.000 libros que nos alojamos en estos anaqueles, lo que resulta imposible. Hemos decidido que lo hagan uno de los más antiguos y el más voluminoso.

En nombre de los primeros lo haré yo, Carta ejecutoria de grandeza de Juan Escalante de Mendoza, pues soy uno de los más esclarecidos y de los más antiguos. De ello deja constancia el juez que da fe de lo acordado por Felipe II y rubrica mi existencia en Granada a 16 de junio de 1589. Soy un ejemplar único, un libro manuscrito sobre 65 hojas de pergamino, con cuidada letra gótica y decorado con orlas, letras capitales e ilustraciones miniadas de gran calidad artística, que representan, entre otros, a San Francisco contemplando la Asunción de la Virgen y a su majestad el Rey en plena batalla. Estoy en manos de la familia materna de mi dueño desde hace tres siglos. Con el paso del tiempo he perdido los cierres metálicos que unían mi tapa anterior y posterior. Mis cubiertas, que son de piel sobre tablas de madera, muestran las huellas de haber sido engullidas por la carcoma y las polillas de los libros, posiblemente lepidópteros y "pececillos de plata", dada la forma de los agujeros. Menos mal que mis últimos poseedores, amantes de los libros, llegaron a tiempo, exterminaron los insectos y no permitieron que me continuasen devorando hasta las entrañas. Por ello, todas mis hojas permanecen intactas y mis iluminaciones y texto pueden ser consultados sin esfuerzo. Hasta ahora no he sido nunca analizado, pero se ha propuesto hacerlo mi actual dueño, en colaboración con su hijo Marcos. Así se podrán aclarar muchos datos sobre la biografía de Juan Escalante de Mendoza (Potes?,1529? - Nombre de Dios, Panáma, 1596), como su verdadero lugar de nacimiento. Gran marino y soldado español, llegó a ser Capitán General de la Armada y Flota de la Nueva España, además de autor del tratado de navegación y náutica más importante y completo del siglo XVI: Itinerario de navegación de los mares y tierras occidentales (1575). Con esta investigación se podrá dar ¿gusto o pesadumbre? a cántabros o astures.

En nombre de los segundos, los libros más grandes, tomo la palabra yo, la Enciclopedia Universal ilustrada europeo-americana, más conocida como el Espasa. Nací entre 1908 y 1930, compuesta inicialmente por 70 volúmenes en 72 tomos, a los que posteriormente se fueron sumando suplementos y apéndices hasta un total de 119 volúmenes en 122 tomos, más el Índex. Según cálculos realizados por sus editores, son más de 180.000 páginas, 210 millones de palabras, 197.000 ilustraciones en negro, 4.500 láminas en color, 5.000.000 citas bibliográficas y 100.000 biografías. Fui durante cien años la gran fuente de información y consulta de millones de estudiosos y hoy me han olvidado de forma injusta y errónea. Todavía me considero útil y complementaria en todos los hogares. Resulté básica e imprescindible para los hijos de mi dueño, que lo reconocen de forma repetida, pero todavía soy fructífera y vigente en muchos aspectos. No digo que abandonen la búsqueda a base de tecleo en internet. Solamente intento que con mi uso ratifiquen la veracidad y fiabilidad de lo buscado o lo complementen. Les aseguro que encontrarán en mí muchos datos no localizables online. Puedo ser adquirida en las librerías de viejo o lance por un precio modesto. Es verdad que ocupo mucho espacio y hoy las casas son pequeñas, pero en 2005, con motivo de mi centenario, he sido editada como Gran Espasa Universal. Enciclopedia Multimedia, en DVD.