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Renovado optimismo ante el nuevo año

Paradógicamente, las turbulencias que han agitado este 2016 que vamos clausurando han dado lugar a un escenario apenas presentido en los resultados de las elecciones de diciembre de 2015. Entonces, y en sus consecutivos avatares, parecía imposible la recuperación de un clima de "seguridad, certidumbre y confianza", la apertura de un "dialogo con generosidad", en palabras del presidente del Gobierno.

Por el contrario, el año pareció transcurrir en un diálogo de sordos. Se confundían en el panorama político los discursos voluntaristas, cuando no los relatos de confusas utopías, la fatiga de espurios adanismos, los hiperbólicos y fatuos asaltos a los cielos? Mucho espectáculo huérfano de ideas, excesiva representación vacía de encarnadura reflexiva. Eslóganes y consignas, como si en el interior se pudiese desentrañar la viabilidad de un proyecto.

Fueron necesarias las sucesivas catarsis que pusieron a cada cual en su lugar. Los fantasmas -visiones quiméricas- se fueron diluyendo y la caída de las máscaras dejo paso a un rostro feo.

Al fin se impuso el principio de realidad. Es decir, la unión de suficientes voluntades políticas dispuestas a encontrar el equilibrio necesario para enfrentar y disminuir las tensiones.

El escenario con el que concluye el año parece regresar al difícil ejercicio de la política concebida como el arte de lo posible. Los principales partidos políticos se aprestan a anteponer sus intereses de grupo a las conveniencias nacionales, y favorecen una necesaria y razonable negociación que exige generosidad y el compromiso primero con una sociedad fatigada de turbulencias.

Me asomo, pues, al nuevo año con un renovado optimismo. Por encima de disputas ideológicas y prácticas partidistas avizoro el reposo de las aguas revueltas y la generosa disposición de recuperar el ejercicio de la política como un servicio a la sociedad.

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