Tony Judt, en uno de sus ensayos sobre la gestión del ex primer ministro británico Tony Blair, cuenta que, mientras tenía lugar el debate radiofónico sobre las elecciones generales del Reino Unido celebradas en el año 2001, una periodista, manifiestamente frustrada, preguntó a sus compañeros de tertulia: "¿No creen que no hay una verdadera elección? Tony Blair cree en la privatización, lo mismo que la señora Thatcher. "No exactamente -respondió Charles Moore, director del (conservador) Daily Telegraph-. Margaret Thatcher creía en la privatización. A Tony Blair simplemente le gustan los ricos". La anécdota no solo ilustra claramente lo que, en cierto sentido, significó la llamada "tercera vía", con la cual se enterró la alternativa socialdemócrata (de aquellos polvos estos lodos), sino que también señala una de las características esenciales de lo que ahora llamamos la "pospolítica": el oportunismo como ideología.

Se trata de una caja de pensamiento vacía que se rellena con emociones, eslóganes ambiguos y exaltaciones nostálgicas, con la intención de conquistar a una pronosticada mayoría. Aquí radica la principal diferencia entre este nuevo movimiento y el populismo estadounidense del siglo XIX -encarnado por el presidente Andrew Jackson- o los fascismos europeos del siglo pasado: son las masas las que guían al líder y no al revés. Ni siquiera la estrategia sureña de Richard Nixon y su "mayoría silenciosa", quizás lo más parecido a la campaña de Donald Trump que podemos encontrar en la historia contemporánea, se puede tomar como ejemplo. Nixon realizó aquella maniobra en el sur del país, que se resumía básicamente en no hablar tanto de economía (pues podría perjudicarle al tratar de recolectar votos de la clase obrera) y centrarse en los valores (religión, armas, raza, etc.), para, una vez ganadas las elecciones, ejercer de gobernante y aplicar sus propias ideas, como el realismo en política exterior. El daño que pudo hacer esa operación electoral, en términos de convivencia dentro del país, parece bastante evidente y existe una amplia bibliografía al respecto.

Sin embargo, no sabemos si Trump se convertirá en otra cosa cuando asuma la presidencia, porque en su caso se cuestiona hasta si en verdad quería ser presidente o simplemente pretendía burlarse de la democracia utilizándola como show. Pero en este momento ya conocemos algunos de los nombres que le acompañarán durante su primera legislatura: Steve Bannon como estratega, Jeff Sessions como fiscal general y Michael Flynn como asesor en Seguridad Nacional. Y todos ellos, al igual que Mike Pence, su vicepresidente, representan lo más radical del conservadurismo reaccionario norteamericano. Trump, que ha demostrado carecer de convicciones, parece que va rodearse de gente lo suficientemente sectaria como para ocupar ese espacio ideológico vacante y convertir a su administración en un "think tank" subvencionado por el gobierno federal cuya plataforma paradójicamente institucional servirá como fuerte desde el que se tratará de derribar al establishment.

Daniel Oppenheimer publicó hace unos meses un libro sobre conversos, titulado Exit Right. The People Who Left the Left and Reshaped the American Century, en el que analiza el posible origen de la metamorfosis ideológica de varios intelectuales estadounidenses de izquierdas que abandonaron las ideas progresistas y se sumaron con entusiasmo a la derecha. La obra se enfoca en James Burnham, Norman Podhoretz, David Horowitz, Ronald Reagan, Whittaker Chambers y Christopher Hitchens (aunque el autor precisa, a mi juicio con bastante acierto, que Hitchens, si bien es cierto que se distanció de la izquierda después de los atentados del 11 de septiembre, nunca se identificó con los conservadores ni tampoco asumió, más allá de la política exterior, ninguna de sus causas). Estas personas no cambiaron de opinión por los mismos motivos, pero, de acuerdo con Oppenheimer, el proceso emocional al que se vieron sometidos cuando comenzaron a rechazar los viejos dogmas fue bastante similar: "Es doloroso romper con aquello en lo que creíste profundamente y tanto te importó, con las instituciones y lealtades cuyas leyes internas dieron estructura a tu vida, con la familia y los amigos cuyas consideraciones te sostuvieron frente a la adversidad." Sobre Chambers, quien, como consecuencia de su testimonio en el caso Hiss, sufrió con mayor intensidad su conversión, Oppenheimer afirma lo siguiente: "Comunista o conservador, modernista o cristiano, siempre es de noche, los ejércitos de la oscuridad siempre se reúnen en la puerta y el destino del mundo siempre depende las acciones de unos pocos valientes". Trump sigue siendo una incógnita, pero las personas con la que piensa gobernar no, y ellas sí pretenden que resurjan las viejas batallas ganadas por los progresistas. Algunas en el Tribunal Supremo. La América de Trump se asoma por la ventana y las viejas voces resuenan por los pasillos.