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Del vino repudiado al premio alumbrado

La Cooperativa del Ribeiro preparó a conciencia el lanzamiento en Madrid de su mejor vino. La organización corrió a cargo de Amigos de la Cocina Gallega. El maestro de ceremonias fue el prestigioso catador José Penín. El acto se celebró en el restaurante Combarro. Y la asistencia desbordó la previsión más optimista; allí estuvo desde Manuel Fraga Iribarne a Eulogio Gómez Franqueira.

Solo un desliz cometió la empresa orensana a la hora de bautizar su caldo estrella con el nombre del Marqués de Bradomín y lo pagó bien caro: no contó con la aquiescencia del dueño y señor por designio real de la denominación elegida.

Carlos del Valle Inclán promovió un pleito judicial al amparo de la Ley de Protección Civil del Derecho al Honor. Un Juzgado de Madrid primero y después la Audiencia Territorial, desestimaron la demanda. Sin embargo, el Tribunal Supremo aceptó su reclamación, porque entendió que hubo una intromisión ilegítima en su derecho al honor. El marqués de Bradomín salió airoso una vez más en tan complicado lance.

La Cooperativa del Ribeiro tuvo que tragarse aquella cosecha ya etiquetada y rebautizar su caldo estrella. El Marqués de Bradomín pasó a denominarse Amadeus. Y aunque la empresa mantuvo su apuesta por aquel vino, el cambio de nombre anticipó su sentencia de muerte.

Una actuación bien distinta, cara y cruz de Carlos del Valle-Inclán, acaeció con la creación del premio de periodismo Julio Camba.

El consejo de administración de la Caja de Ahorros Provincial de Pontevedra creó dicho galardón tras recibir una solicitud abalada nada menos que por Antonio Mingote, Luís Rosales, Torrente Ballester, Luís Calvo, Laín Entralgo y Díaz Cañabate. La convocatoria del certamen se aprobó el 19 de abril de 1979 y su primera edición se falló al año siguiente, cuando la entidad celebró sus bodas de oro.

Así constó oficialmente, pero la realidad fue otra distinta y permaneció oculta durante mucho tiempo.

Carlos del Valle Inclán fue el inspirador y muñidor del premio Julio Camba, a imagen y semejanza del premio Mariano de Cavia del diario ABC, junto a su buen amigo Ramón Encinas Diéguez, director general de la entidad ahorrativa. Entre uno y otro urdieron un plan para lograr el objetivo deseado: don Carlos convenció a sus amigos de Madrid para respaldar su idea y don Ramón hizo lo propio con los consejeros de la Caja para aprobar la petición. Dicho y hecho con toda discreción.

El propio Encinas Diéguez no reveló todos los detalles de aquella operación hasta veinte años después. Entonces contó que el premio bien podría haber llevado el nombre de Valle Inclán, porque esa fue su intención, en merecido homenaje al padre de su gran amigo. Pero don Carlos se negó en redondo y abogó por Julio Camba.

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