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De vuelta y media

El marqués de Bradomín

Carlos del Valle-Inclán defendió a capa y espada el legado de su padre, antes y después de recibir tan insólita distinción regia en 1981

Probablemente desde la Real Academia Española alguien sopló al oído de don Juan Carlos de Borbón la atrevida idea de transmutar por su regio deseo al marqués de Bradomín en la persona de Carlos del Valle-Inclán Blanco. O sea "dar realidad a la creación literaria de un personaje de ficción", como luego recogió el Real Decreto 1226/1981 de 24 de junio que oficializó tamaña distinción en memoria de su admirado padre.

Aquel reconocimiento inaudito tuvo una excelente acogida entre escritores, intelectuales y artistas en general. Desde Gonzalo Torrente Ballester hasta Benito Varela Jácome, el mundillo literario español celebró con regocijo la buena nueva. Ducados, marquesados y condados solo se concedieron para honrar gestas memorables, hitos políticos o episodios heroicos, pero nunca se otorgaron hasta entonces para premiar una creación literaria.

El primogénito de don Ramón se sintió el hombre más feliz y honrado del mundo cuando recibió la sorpresiva llamada desde el Palacio de la Zarzuela. Aquel 24 de junio de 1981 resaltó que, por encima de todo, el título era todo un reconocimiento a la obra de su progenitor.

"A mí solo me ha tocado como heredero", dijo con sensatez. Luego pronunció un compromiso: "Espero llevarlo con dignidad". Y sin duda lo hizo.

En plena celebración del 150 aniversario del nacimiento de don Ramón, se pasa por alto que han pasado 35 años desde la creación del original título nobiliario y que también han transcurrido ya diez años de la muerte de don Carlos, primer marqués de Bradomín, "celoso y heroico defensor de la paterna memoria", en temprana calificación del insigne periodista César González-Ruano. Eso precisamente resaltamos aquí.

Cuando falleció se dijo que fue en vida "una persona controvertida". Así se despachó al muerto, sin entrar mucho en materia, quizá por temor a que se revolviera en su tumba y armara la marimorena.

Don Carlos no fue, en efecto, una persona fácil, sino peculiar y compleja, que defendió a capa y espada la magna obra de su padre, unas veces con más acierto o justificación que otras, pero sin traicionar nunca su conciencia.

Carlos del Valle-Inclán estudió medicina, se especializó en digestivo y abrió consulta privada en una casa de Benito Corbal, junto a la bajada al Campo de la Feria (hoy plaza de Barcelos), frente al Hotel Universo (hoy Zara). Allí también vivieron los Iribarren y los Salóm.

A la muerte en 1957 de su madre, Josefina Blanco Tejerina, el doctor Valle-Inclán se tomó a pecho su papel de salvaguarda y custodia de la obra literaria de su querido progenitor. No permitió la menor adulteración en sus textos: ni un corte, ni un cambio, ni una adaptación. Particularmente su defensa de "Luces de Bohemia" resultó numantina frente a tantos asedios.

También laboró sin desmayo por recomponer el disperso legado de don Ramón, con la inestimable ayuda de su mujer, Mercedes Alsina, gran bibliotecaria y persona igualmente reservada.

Al servicio de esa ingente tarea no siempre bien comprendida, además de genio y figura, puso una agenda repleta de personalidades influyentes y amigos inimaginables. De Ramón Serrano Suñer, al abad de Monasterio de Samos, Mauro Gómez Pereira, pasando por Álvaro Cunqueiro o Rafael Landín, por reseñar solo algunos nombres.

Con el cuñadísimo de Franco desconozco cómo surgió tan sorprendente relación, que fue larga en el tiempo; pero con Álvaro Cunqueiro mantuvo un afectuoso nexo. Cuando estuvo al frente del FARO le autorizó en un gesto de amistad la publicación de los cuentos reunidos en el libro "Jardín Umbrío", que el suplemento dominical abrió con "Juan Quinto".

En cuanto al abad de Samos, don Carlos promovió con don Mauro la reconstrucción del Monasterio de San Benito de Lérez, al igual que antes hizo con el Monasterio de la Armenteira, que salvó de la ruina. A una cita con tal motivo para conocer el parecer del cardenal Quiroga Palacios llevó a su amigo Rafael Landín, quien pisó por vez primera un palacio arzobispal y nunca olvido aquella experiencia celestial.

Rafael Landín y su esposa Laly González-Posada tuvieron un loable gesto con Carlos del Valle-Inclán, que siempre agradeció: le regalaron el manuscrito del prólogo oculto y nunca publicado que don Ramón escribió para el libro "España, patria de Colón", de Prudencio Otero Sánchez, abuelo de Laly.

El matrimonio descubrió por casualidad entre viejos papeles aquel valiosísimo original y enseguida pensó en darlo a su amigo Carlos, sabedores como eran de su labor recopiladora de objetos y manuscritos relacionados con su padre. Luego don Carlos compensó a Laly y Rafael con otro caro obsequio, que no voy a revelar aquí por secreto del sumario.

Un mal día Domingo García-Sabell se convirtió en blanco de la ira del Marqués de Bradomín, cuando habló en público de una falta de colaboración de los herederos de don Ramón en una edición crítica de su descomunal obra.

Don Carlos calificó de "parásito necrófago" al delegado del Gobierno en Galicia y subrayó que García-Sabell "miente a sabiendas de que lo hace, siendo fiel así a la falta de decoro que le caracteriza". Aquella durísima descalificación se produjo en vísperas de un gran simposio sobre Valle-Inclán en Madrid, que reunió a 200 especialistas de treinta países. Ni don Carlos, ni tampoco su hijo Joaquín, que había realizado una tesis doctoral sobre su abuelo, habían sido invitados.

El escándalo fue mayúsculo, hasta el punto de que el ministro de Cultura, Javier Solana, terció en su defensa y declaró que tanto el archivo como la obra de Valle-Inclán, estaban en buenas manos, a salvo de cualquier peligro "de explotación o expropiación". Para satisfacción de don Carlos, el ministro remachó: "sería una fortuna para la conservación del patrimonio bibliográfico y documental español, que todos los descendientes de nuestros escritores actuaran de la misma forma".

El Marqués de Bradomín denegó el permiso solicitado por el Centro Dramático Galego para traducir y representar alguna de las obras teatrales de don Ramón. El nacionalismo sectario nunca le perdonó su tozudez y después negó una y otra vez el galleguismo de Valle-Inclán como pírrica venganza.

Carlos del Valle Inclán también dejó con un palmo en las narices a la Diputación de Pontevedra y se marchó a la tumba sin aceptar el nombramiento de hijo predilecto de esta provincia en favor de su augusto padre, que el pleno corporativo aprobó el año 2000. Él pensó que tenía mucho de artificioso, que era poco sentido y así justificó su negativa.

La historia de los lances del Marqués de Bradomín personificado en Carlos del Valle-Inclán resulta interminable y no tiene cabida aquí. Esta página solo constituye una pequeña muestra. Pero daría para un libro a cargo de su hijo Pancho, al tiempo divertido y esclarecedor.

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