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De vuelta y media

El Instituto Femenino

Comenzó en precario su actividad en el curso 1963-64 y Marcelino Jiménez fue su director durante los tres primeros años

El Instituto Valle Inclán recibió tal nombre cuando acababa de abrir el curso escolar 1966-67, pero su creación oficial como Instituto Femenino se produjo tres años antes, puesto que comenzó su actividad en el año académico 1963-64.

El motivo oficial del desdoblamiento en dos centros para chicas y chicos del único instituto existente en esta ciudad, con casi un siglo de antigüedad, no fue otro que el incremento de su alumnado. A principios de los años sesenta, se produjo un auténtico boom estudiantil.

El Instituto Nacional de Enseñanza Media de Pontevedra, que era su denominación oficial entonces, superaba el millar de alumnos oficiales y sus matriculaciones globales en las distintas enseñanzas, libre, nocturno y otras, casi quintuplicaban aquella cifra. Sus instalaciones estaban desbordadas.

La primera noticia sobre la creación del Instituto Femenino se conoció a finales de 1962. Nunca estuvo claro si el desgajamiento cogió por sorpresa a José F. Filgueira Valverde, entonces más volcado con su trabajo de alcalde de la ciudad, que en su faceta de director del instituto. La imaginación de cada cual es libre. No parece descabellado sospechar que no dio saltos de alegría al perder su estatus de director único. Pero tampoco resulta disparatado suponer que encajó bien la decisión ministerial porque comprendió que el centro había llegado al límite de su capacidad racional.

La partición del centro adquirió carta de naturaleza en agosto de 1963 con la ratificación del propio Filgueira y el nombramiento de Marcelino Jiménez Jiménez, respectivamente, como directores de los institutos Masculino y Femenino por un período de tres años.

El primer director del Instituto Femenino ejercía como catedrático de Filosofía, tenía reconocida fama de buen profesor y era un hombre muy adicto al Movimiento, aunque de carácter liberal. Si Filgueira nunca levantó la mano para hacer el saludo falangista en ningún acto oficial, Jiménez se enfundó siempre que lo requirió la ocasión aquella inconfundible chaquetilla blancuzca del uniforme de gala como gerifalte del Régimen.

La separación oficial de ambos institutos no impidió una celebración conjunta del inicio del curso 63-64 el día 11 de octubre, que contó con la asistencia de las primeras autoridades, tal y como resultaba habitual.

Tras la misa tradicional en Santa María, el acto académico se desarrolló en el Paraninfo. El secretario del centro, Ramón Diz García leyó la memoria del curso anterior y la lección inaugural corrió a cargo de Adolfo LLovo Santos, catedrático de Geografía e Historia, quien disertó sobre la geopolítica de los pueblos subdesarrollados. Por último se entregaron los premios a los alumnos distinguidos.

Este esquema de celebración permaneció invariable en los años siguientes, con alternancia del profesorado de ambos institutos en la impartición de la lección inaugural. La catedrática de Latín, María Celma Villares, en representación del Instituto Femenino, dictó la primera lección del curso 64-65, que versó sobre la educación en la Roma clásica. Dos años después le tocó el turno a su sustituto en la misma cátedra, Juan Luís García Álvarez, quien explicó la IV Égloga de Virgilio.

Dos semanas después de iniciarse el curso 1963-64, Marcelino Jiménez reunió al claustro el 31 de octubre para elegir al primer equipo directivo del Instituto Femenino: secretario, José Ramón Alonso Rubiera; vicesecretario, Mª del Carmen López Rodríguez; jefe de estudios, Isabel Malvar Carballal; y tutor de becarios, Josefina Juliá Sánchez-Puerta. A continuación y en votación secreta se nominó por unanimidad a Augusto Álvarez Fernández como interventor.

Aproximadamente dos docenas de profesores integraron aquel primer claustro, con un número mucho mayor de adjuntos que de catedráticos. Un listado de aquel primer claustro solo identificable por la comunidad escolar de aquel tiempo nominaba a los Malvar, Rejoan, Lorenzo, Méndez, Villena, Carpintero, Moreno, Dapena, Besada, Portela, Liste, Regueiro, Castelo, Mora, etc.

El Instituto único practicaba hasta su desdoblamiento el modelo de coeducación más avanzado de aquel tiempo en Pontevedra. Todos los demás centros se dividían en masculinos (Inmaculada y Sagrado Corazón) y femeninos (Placeres, Doroteas y Calasancias). Ningún otro era mixto.

Aquella coeducación se llevó a cabo mediante una peculiar aplicación, que el paso del tiempo no alteró demasiado. Hasta cuarto curso de Bachillerato (13-14 años), los alumnos y las alumnas estaba totalmente separados dentro del mismo edificio: las aulas de las chicas en la segunda planta y las aulas de los chicos en la primera planta. Incluso entraban por distintas puertas de delante (Gran Vía) y detrás (Jardines de Vincenti). Y desde quinto curso (14-15 años), alumnos y alumnas compartían las mismas clases, aunque habitualmente las chicas ocupaban las primeras filas y los chicos se sentaban en las últimas. Es decir, juntos sí, pero no revueltos.

Solamente en raras ocasiones y según las distintas épocas, se entremezclaron en algunas clases por motivos excepcionales, incluso como medio de distinción o control por parte de algún profesor.

La separación de sexos también se prolongaba en los recreos diarios por medio de zonas diferenciadas de Las Palmeras y Alameda. Eso no lo llevaban tan bien los alumnos en edad de merecer. Tanto ellas como ellos se resistían no pocas veces a cumplir la normativa fijada y traían de cabeza a los profesores más quisquillosos, que hacían un mundo de aquella menudencia. Esa distorsión sexista en los ratos de asueto se prolongó incluso cuando las chicas y los chicos dejaron de compartir el mismo edificio.

A pesar de todas esas escaramuzas, cuando Marcelino Jiménez dejó la dirección y dio el relevo a Jesús García Fernández en el curso 1966-67, calificó de "ejemplar" la conducta general del alumnado del Instituto Femenino. Otro tanto dijo del claustro y personal subalterno. Solo palabras de comprensión, pero no de queja, salieron de su boca a la hora de hacer un balance global de aquellos tres primeros años del Instituto Femenino.

Si acaso lamentó "la pobreza observada de medios materiales", que fue una evidencia innegable. Pero su renuncia "por razones personales" a continuar en la dirección otros tres años más, dejó entrever un cierto descontento o cansancio, aunque quizá pudo deberse a que tenía ya apalabrada su marcha a París para ponerse al frente del Instituto Español, que era un puesto muy codiciado. Allí permaneció otros tres años con su mujer, Josefina Juliá Sánchez-Puerta, otra profesora muy apreciada por sus alumnas

Una década más tarde, Marcelino Jiménez volvió a ocupar la dirección del Instituto Femenino, actividad que compaginó con cargos políticos importantes, al igual que antes había hecho Filgueira Valverde. Incluso pudo acceder a la alcaldía de Pontevedra tras la marcha de Augusto García Sánchez, pero rechazó en redondo la propuesta recibida.

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