Ser padre, según me han contado, implica, entre otras muchas y entrañables cosas, tener que ver unas cuantas películas de dibujos animados con los hijos. Primero en la sala de cine y luego en casa. Varias veces. Algunos amigos míos que han tenido la oportunidad de formar una familia son incluso capaces de recitar diálogos de memoria. No parece razonable ni justo que un sector de la población que carece de descendencia se pierda esa fructífera experiencia, puesto que muchas de las llamadas "películas para niños" son auténticas obras maestras, las cuales, además, contienen un elemento político muy interesante, si pensamos en el público masivo (y familiar) al que estos productos audiovisuales se dirigen. Por eso procuro no perderme los estrenos relacionados con este incomprendido género, que se ha ido convirtiendo con el tiempo en un curioso y divertido objeto de estudio.

Sucede que las campañas populistas basadas en la discriminación racial alcanzan en ocasiones tal nivel de infantilización que la única manera de apreciar su atrocidad es través de una fábula animal. Lo mismo pasa con las dictaduras, la corrupción, la esclavitud o los sistemas totalitarios. Esto lo sabía muy bien Orwell, que puso originalmente el subtítulo de "Un cuento de hadas" a su novela, La rebelión en la granja, aunque este fue finalmente desechado por las editoriales. También lo entendió Art Spiegelman, ganador del Premio Pulitzer por la novela gráfica Maus, que narra la historia de un superviviente del Holocausto protagonizada por ratones (judíos), gatos (alemanes) y cerdos (polacos). Se trata de un mecanismo muy eficaz para mostrar hasta qué punto es absurdo el odio racial, descartando su pretendida complejidad filosófica, política o incluso científica, al deshumanizar por completo el planteamiento ideológico bajo el que este se esconde, y transformándolo en un impulso primitivo de especies asilvestradas.

Zootopia, uno de los últimos éxitos de Disney, ahora en Netflix, también propone, a su manera, una reflexión sobre las nocivas consecuencias de la intolerancia. Todos los personajes de este paraíso utópico animado conviven en paz y armonía hasta que algunas especies regresan inexplicablemente al estado salvaje. Aquí son los depredadores las víctimas de la persecución y, como suele ocurrir cuando se señala a un colectivo entero, muchos son tratados con desprecio en los lugares públicos y otros tantos acaban perdiendo sus trabajos. El miedo, en suma, conquista Zootopia.

La película se dirige a los niños que crecen y a los padres que envejecen en un mundo cada vez más inhabitable debido al carácter autodestructivo de sus perturbados pobladores. Es fácil establecer paralelismos entre lo que sucede en la pantalla de cine y lo que vemos todos los días en los informativos de las cadenas de televisión. Cambien la fauna coloreada por unos humanoides con pretensiones de solucionar el problema nacional destruyendo al otro. No hallarán tantas diferencias entre los que, vestidos con un traje y subidos a un pódium, despotrican contra las hordas extranjeras y los personajes de este bestiario simbólico.