En Galicia tenemos un problema con la propiedad de la tierra. La fragmentación extrema de las parcelas, la existencia de propietarios que viven muy lejos de Galicia, la falta de correspondencia entre la realidad y los registros de la propiedad, y el casi atávico que le otorgamos a la terriña convierten en un imposible muchos proyectos, arruinan nuestro paisaje y son fuente de catástrofes naturales. Vayamos por partes.

Los ganaderos gallegos acaban alimentando a sus vacas como si fuesen salmantinos. La falta de prados para pastos obliga a comprar un pienso que incrementa los costes de producción, hasta el punto de arruinarles en ocasiones a la vista del precio de la leche. Pero al lado de los establos crecen de forma exuberante todo tipo de malas hierbas en fincas abandonadas.

Los emprendedores que quieren juntar algunas hectáreas para iniciar una aventura en el sector del vino se encuentran con que tienen que negociar con cientos de propietarios, algunos de ellos indeterminados, que han iniciado el tránsito hacia el más allá o que viven a 10.000 quilómetros de distancia. Hay que ser realmente emprendedores para seguir adelante.

SI una empresa quiere instalarse en Galicia y necesita una parcela de 1 millón de metros cuadrados, acabará optando por instalarse en otro sitio. Porque no podrá esperar diez años o más a acabar con el proceso de transferencia de propiedades. La experiencia de la tenaz Zona Franca de Vigo lo atestigua.

Finalmente, los incendios tienen múltiples causas. Pero uno de los factores que más contribuyen es el abandono de los montes. Y los montes se acaban abandonando cuando no tienen utilidad o no son rentables; una rentabilidad que no es posible si no existe un mínimo de extensión para una explotación.

En definitiva, urge una reforma agraria que ponga el acento en la necesidad de utilizar las tierras. No toquemos la propiedad, pero sí seamos intervencionistas y mucho en el uso que se le da. La principal herramienta en este caso es el banco de tierras que nació con el bipartito. Tenemos que revitalizarlo, mejorar lo que puede funcionar mejor en él, vincular fondos europeos al uso de esta herramienta.

La nueva reforma agraria es una urgencia de país, que requiere un gran pacto entre los partidos y un desarrollo sin volantazos de, al menos, una década.

*Director de GEN (Universidade de Vigo)

@SantiagoLagoP