Hubo un momento en el discurso que pronunció Donald Trump en la Convención Nacional Republicana que ilustra muy bien hasta qué punto este "movimiento", como lo llamó su hija, no tiene nada que ver con el republicanismo clásico, ni con la derecha religiosa, ni, por supuesto, con el conservadurismo intelectual, haciéndolo especialmente peligroso por su engañosa transversalidad. Fue cuando el candidato, tras ser aplaudido por prometer que haría todo lo que estuviera en sus manos para "proteger a nuestra comunidad LGBT de odiosas ideologías extranjeras", se salió del guion para afirmar que, "como republicano, es agradable escuchar que apoyáis eso que acabo de decir". Lo que acababa de decir, efectivamente, no suele generar entusiasmo en una convención republicana. Pero Trump, sin mencionar ni una sola vez la palabra aborto, no solo se conformó con secuestrar el alma del partido; también quiso mofarse de él en su propia casa, parodiando sus tradiciones y principios, mientras gozaba del espectáculo observando cómo sus partidarios blasfemaban sin saberlo en el templo de Lincoln. El magnate, con esas palabras, no pretendía defender a una minoría reprimida, claro, sino utilizar a esta última para pavonearse delante del establishment, cuyos miembros presenciaban desde casa su suicidio.

No es necesario hablar de religión o de ideología cuando, como escribió irónicamente David Brooks en el Times, nos encontramos en "un mundo sin reglas" donde "los policías mueren en las calles" y nuestro modo de vida se ve amenazado por peligrosos musulmanes e inmigrantes ilegales. En semejante escenario, más que a un político, se necesita a un superhéroe, o a un profeta iluminado capaz de convencer a la gente de que, sin él, la llegada del fin del mundo es inevitable. Ya oficialmente nominado, Donald Trump -"una criatura presente en todas partes y en ninguna, singularmente capaz de habitar todo al mismo tiempo, en absoluta soledad", en palabras de Mark Singer- ha logrado ser el candidato que más votos ha obtenido (tanto a favor como en contra) en la historia de la formación republicana. La imagen del ultraconservador Ted Cruz ("Lucifer ha vuelto", advirtió John Boehner) ejerciendo en la convención como la única oposición a la candidatura del millonario dice mucho de la situación de un partido que no pudo presentar ninguna alternativa viable para vencer a la estrella de un reality show, que ahora, con toda una maquinaria electoral en marcha, se puede concentrar por fin en la auténtica enemiga: Hillary Clinton. "Muerte, destrucción, terrorismo y debilidad", dijo Trump en referencia al legado de la candidata demócrata.

Se ha comentado mucho durante estos días las posibles semejanzas entre esta convención celebrada en Ohio y la acontecida en California en el año 1964, cuando un polémico senador de Arizona llamado Barry Goldwater, que se oponía a la Ley de Derechos Civiles y defendía el extremismo en nombre de la libertad, obtuvo la nominación frente a Nelson Rockefeller. Entonces en el Partido Republicano se estaba produciendo un gran debate ideológico entre moderados y radicales. La aplastante derrota de Goldwater contra Lyndon B. Johnson en las presidenciales (solo ganó en 6 de los 50 estados) pareció apagar la llama de ese conservadurismo desacomplejado que tanto había entusiasmado a algunos militantes del partido (incluida Hillary Clinton, quien, antes de convertirse en demócrata, fue una fiel seguidora del senador de Arizona). Muchos consideraron aquella campaña como una primera fase del éxito ulterior del movimiento conservador, que acabaría materializándose con la victoria de Ronald Reagan en 1980. Sin embargo, existe una diferencia fundamental entre los dos aspirantes. Goldwater, como se puede comprobar en la generosamente documentada biografía de Rick Perlstein, era un hombre de discutibles principios; Trump, en cambio, no es más que un ególatra que supo aprovecharse de la debilidad de una institución histórica que padece desde hace tiempo una grave crisis de identidad. En aquellos tiempos, el radicalismo, tanto de izquierdas como de derechas, daba miedo. (La campaña de Johnson se aprovechó de esto emitiendo un video electoral infame en el que insinuaba que Goldwater, si se convertía en presidente, comenzaría una guerra nuclear. En él aparecía una niña de tres años deshojando una margarita mientras sonaba una cuenta regresiva). Ahora el miedo es el único mensaje.