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Javier Sánchez de Dios.

Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

La fricción

A medida que la campaña toca a su fin, un amplio sector de la opinión pública -y también de la publicada- se enroca en dos ideas: una, que estos días apenas han servido para algo, muy poco, diferente a la anterior del 20-D y, otra, que si hubiese un "informe Pisa" para políticos, los españoles ocuparían sin lugar a dudas los lugares de cola. Y para corroborarlo no hay más que comprobar lo que dicen o escriben: nadie ha modificado sus puntos de vista sobre posibles pactos postelectorales, que no solo son necesarios sino que, de no darse, implicarán el disparate de unas terceras elecciones o el muy parecido de un gobierno en minoría rehén de cualquiera.

Y es que no existe ninguna razón objetiva que impida una coalición entre el centroderecha y el centroizquierda, espacio en el que con todos los matices que se quieran, se hallan el PP, el PSOE y Ciudadanos. Todos tendrán que ceder en parte de sus postulados, pero aún así la estabilidad del país apenas sufriría. Caso contrario de lo que sucedería si la alianza fuese entre PSOE y Podemos porque ellos sí reconocen incompatibilidad plena en elementos claves; y eso, que es malo, puede ser peor aún: la UE no admitiría lo que de ahí pudiera salir, y tampoco lo harán la OCDE o la OTAN, que abrirían de par en par las puertas del "Spainexit".

Y eso se da en los programas pero también en las respectivas bases: a ninguno de ellos le gustarán los pactos, pero más por motivos de cultura personal que por los políticos de verdad. Si realmente en España fuesen incompatibles la socialdemocracia con el conservadurismo moderado, sería el único lugar del entorno europeo en donde se diese tal circunstancia. Y eso nos haría por tanto incompatibles con británicos, alemanes, franceses, belgas, austriacos y hasta daneses o suecos, sin excluir los italianos -especialistas en cócteles partidarios-, Estados todos en los que, sin agotar la lista, se han dado acuerdos entre esas dos visiones del oficio.

Dicho de otro modo, que lo que aquí pasa no es que falte gente sensata, sino líderes capaces de renunciar a sus intereses personales -y a los ávidos de poder que servilmente les dan la razón-, y que sería a esos a los que habría que cambiar cuanto antes. Pero para lograrlo resulta imprescindible alcanzar algo aún más difícil que todo lo anterior: democratizar de verdad los partidos, abrirlos a sus propias bases y hacer que en ellos la libertad sea algo real y no una ficción.¿Eh?

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