Los datos del INE publicados esta semana reflejan de nuevo esa aparente paradoja en la que nos movemos los españoles e, incluso de forma intensificada, los gallegos. Somos extraordinariamente sociables. Mantenemos unas relaciones familiares muy intensas. Y unas relaciones de amistad que no le quedan a la zaga. Hablamos por teléfono y quedamos con los nuestros casi todos los días. Compartimos problemas y preocupaciones. Nos ayudan a resolver dificultades. Una parte no menor de la felicidad de los españoles viene explicada por esas relaciones. Con la llegada del móvil, el smartphone y las redes sociales hemos elevado incluso el grado de interacción. Es posible que de hecho algunos se hayan pasado y que las redes sociales estén desplazando relaciones cara a cara. De lo que no cabe duda es de que nuestra sociabilidad se evapora cuando ampliamos el círculo. Y esto es un verdadero problema.
Nuestro capital social es débil y no estamos mejorando de forma sensible. Sigue siendo excepción la participación en redes asociativas y sigue siendo muy difícil convencer a la gente de que es un deber cívico ir más allá de la "cuenta de explotación" de cada uno; que el sector público no puede ser el único que se preocupe de lo colectivo. Necesitamos una sociedad civil fuerte y sólida, que trascienda los vínculos de amistad y familiares en pos de objetivos colectivos que van más allá de los intereses particulares. Necesitamos empaparnos de esa cultura de la colaboración, el voluntariado y la confianza que acaban siendo tan importantes para que un país, su política y su economía funcionen.
Los datos de la figura adjunta no invitan al optimismo. Porque las cifras son bajas y porque no parecen mejorar en los individuos más jóvenes. La represión franquista fue muy efectiva cercenando la sociedad civil. Y cuarenta años de democracia parecen no haber sido suficientes para corregirlo.
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*Director de GEN (Universidade de Vigo)
@SantiagoLagoP
