El esfuerzo realizado por la plantilla y el talento de los cuadros directivos del centro de Vigo del Grupo PSA, con el crucial apoyo de las administraciones, lo han vuelto a hacer: Balaídos tiene su futuro despejado al menos hasta 2026.

El nuevo modelo confirmado este miércoles por el presidente de la multinacional francesa, Carlos Tavares, permitirá mantener unos volúmenes de producción de entre 450.000 y 500.000 coches al año en el periodo 2020-2026, saturando la planta y aprovechando al máximo su capacidad, lo que indudablemente repercutirá en el empleo directo, indirecto e inducido del sector (unas 40.000 personas actualmente).

Que PSA vuelva a confiar en la fábrica viguesa como punta de lanza de la marca es, además de motivo de orgullo, una garantía de futuro y un espaldarazo al papel descollante de Balaídos en el fuerte resurgir de la industria automovilística nacional.

Una vez conseguido, es conveniente resaltar, una vez más, cómo ha sido posible y quiénes son los verdaderos artífices de este éxito. Por un lado, y muy destacado, los trabajadores. Ya para la consecución del proyecto K9, la próxima generación de furgonetas que PSA lanzará en Vigo y Mangualde en 2018, la mayoría del comité de empresa aprobó un plan de competitividad que incluía considerables recortes en materia económica que fueron determinantes para esa primera adjudicación y despejaron el camino a otros lanzamientos como el anunciado esta semana. A este plan se sumaron los acuerdos adoptados en la negociación del último convenio colectivo y el nuevo plan de flexibilidad laboral para adaptar la planta tanto a escenarios de altísima producción como de baja actividad. En definitiva, que sin el sacrificio personal de la plantilla el futuro de la factoría de Balaídos y de la automoción gallega no sería el mismo. Es necesario que Galicia entera lo sepa y tenga en cuenta.

Por otro, los cuadros directivos de PSA-Vigo y los vigueses de nacimiento o adopción que trabajan en la estructura del grupo y que saben mejor que nadie el potencial que tiene Balaídos, como Juan Antonio Muñoz Codina, el actual director Industrial y de Supply Chain de la multinacional para Europa, o el propio Yann Martin, director del centro y del Polo Ibérico de la compañía, entre muchos otros.

No menos importante en la ecuación es la industria de componentes, las empresas auxiliares y las ingenierías gallegas o asentadas en Galicia que colaboran estrechamente con PSA-Vigo y que han sabido adaptarse a las necesidades del fabricante para que la oferta de Balaídos por este nuevo modelo fuese la más competitiva posible. El sector ha hecho un enorme esfuerzo en materia de costes y logística para estar a la altura y está abanderando el salto cualitativo hacia la industria 4.0 a través de la innovación.

Y, arrimando el hombro, las administraciones: desde la Xunta, volcada en ayudar al Clúster de la Automoción y a PSA a liderar esa nueva revolución industrial en ciernes con su participación en múltiples programas de I+D, a la Zona Franca de Vigo, cuya implicación en el proyecto de transformación de Balaídos (con la construcción de nuevas naves, accesos, etc.) ha sido crucial para que el grupo francés comprometiese nuevas inversiones, y al Concello de Vigo. También las tres instituciones, unidas, supieron actuar con enorme celeridad para desbloquear el problema urbanístico generado tras la anulación del Plan Xeral que comprometía los proyectos de la fábrica. Conviene no olvidarlo porque no todas las fuerzas políticas remaron en la misma dirección.

Esa colaboración entre el sector, la administración y los centros de conocimiento, sobre todo del Centro Tecnológico de la Automoción de Galicia (CTAG), y la voluntad de los trabajadores han permitido a PSA-Vigo asegurarse el estatus de primera planta del grupo durante algo más de una década.

Pero el motor de la transformación no puede apagarse nunca. La reválida continúa. Dos son los retos que debe afrontar ahora la automoción gallega en su conjunto: aguantar hasta que se produzcan los dos lanzamientos adjudicados, en 2018 y 2020, y, durante esa transición, conseguir la mayor carga de trabajo posible ante las cada vez más poderosas industrias de componentes del norte de Portugal y Marruecos. Sobre el primero, tanto PSA-Vigo como los proveedores deben echar mano de todos los mecanismos de flexibilidad laboral de que dispongan para aguantar hasta que se consoliden los dos lanzamientos, ya que mientras se podrían producir vaivenes de producción considerables.

En cuanto al segundo escenario, el norte de Portugal ya ha puesto en marcha una nueva ofensiva comercial para seguir arrebatando cuota de negocio a las empresas gallegas, haciendo alarde de su mayor competitividad en costes laborales y con precios del terreno low-cost. Y detrás de Portugal emerge Marruecos, donde PSA está construyendo una nueva planta con un parque propio de proveedores que aspiran no solo a suministrar a la factoría de Kenitra, sino al conjunto de fábricas del Polo Ibérico.

Con el K9, la industria gallega ató pedidos por valor de 500 millones de euros anuales, un 6% más que con las actuales furgonetas, aunque ese crecimiento debería ser mayor habida cuenta de que el proyecto K9 son tres siluetas (un modelo Peugeot, otro Citroën y otro Opel) y las actuales, dos.

En situación especialmente crucial se encuentran aquellos proveedores que trabajan en exclusiva para PSA-Vigo y que han perdido el K9, que se la juegan a una única carta, como Faurecia Asientos de Galicia, entre otros.

Sin duda, el norte de Portugal representa una ventaja indudable en la mejora de costes, algo esencial a la hora de inclinar las balanzas en la adjudicación de modelos. Pero, como ya hemos dicho en este mismo espacio editorial, tal ventaja puede tornarse para Galicia en un problema, y muy serio, si la comunidad no mantiene el liderazgo de esas nuevas sinergias. Por la sencilla razón de que si no lo hace, otros lo harán por ella.

En ese nuevo mapa fabril, con un proceso de crecimiento acelerado de auxiliares al otro lado de la frontera, la industria gallega debe seguir apostando a fondo por la innovación, la internacionalización y una producción cada vez más cualificada y eficiente. Porque solo desde el valor añadido de sus productos se puede hacer frente con más garantías de éxito a los menores precios de la competencia lusa y magrebí. Y, al fin y al cabo, la automoción gallega sabe cómo hacerlo tras volver a demostrar con la adjudicación de los nuevos modelos que sigue estando entre las más eficientes del mundo.