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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Pacto a la portuguesa, pero con españoles

Apenas mes y medio después de que los socialdemócratas formasen gobierno con los comunistas en Portugal, nuestros amables vecinos acaban de elegir por mayoría absoluta a un presidente conservador. Se conoce que los portugueses son algo gallegos por razones de proximidad: y lo mismo que te dicen una cosa, te dicen la otra. Así es cómo han decidido tener un jefe de Estado de derechas y un primer ministro de izquierdas para que ninguno de los dos mande demasiado.

Portugal es ese tranquilo país de ahí al lado que los españoles suelen mirar entre la simpatía y el desinterés, con la excepción momentánea del socialista Pedro Sánchez. Si su colega Pablo Iglesias se inspiraba en el modelo de Grecia, el líder del PSOE ha preferido buscar un referente más cercano en Lisboa. Y por ahí anda el hombre, proponiendo pactos a la portuguesa.

Nada habría que objetar a ese propósito, de no ser porque estamos hablando de dos países distintos y más bien distantes en hábitos políticos.

Para empezar, los portugueses se organizan bajo la forma de una República muy parecida a la francesa, en la que el jefe del Estado se elige por votación popular y separada de la del Congreso. Al igual que en Francia puede ocurrir, como ahora ocurre, que el presidente sea del bando de estribor y el Gobierno reme hacia babor; o viceversa.

Los portugueses, que votaron mayormente a la izquierda en las elecciones de diputados, han preferido darle ahora la presidencia de la República a un conservador de toda la vida. No pasa nada. Cuando se producen estas circunstancias solo en apariencia contradictorias, el asunto se resuelve mediante la "cohabitación", término vagamente erótico-político inventado por los franceses.

La idea adoptada por galos y portugueses es, en realidad, de inspiración norteamericana. Celosos de la separación de poderes, los padres fundadores de los Estados Unidos establecieron un sistema de checks and balances -o controles y contrapesos- para propiciar que todos se limitasen entre sí. El presidente puede vetar la legislación del Congreso, por ejemplo; y a la vez, los diputados tienen la facultad de enmendarle la plana o cambiar la composición de los tribunales federales de Justicia.

En el caso de Portugal que ahora nos ocupa -sobre todo a Sánchez-, el primer ministro de izquierdas estará bajo la vigilancia del presidente de derechas; y a la inversa. Se garantiza así que nadie tenga la tentación de sacar los pies fuera del tiesto.

Infelizmente, no ocurre lo mismo en España: una monarquía parlamentaria en la que el jefe del Estado ejerce funciones poco más que simbólicas. A diferencia del presidente de la República Portuguesa, el rey no está sujeto a elección y tampoco tiene la facultad de vetar leyes, nombrar al jefe de los Ejércitos o disolver las Cortes si lo considera necesario. Salvo el irrelevante Senado, no hay aquí controles ni contrapesos a un gobierno que se apoya en la aritmética parlamentaria.

Quizá eso explique el empeño del socialdemócrata Sánchez por formar gobierno a toda costa y el paralelo temor que suscita entre sus adversarios la posibilidad de que lo consiga.

Este no es el Portugal que vota sabiamente a la izquierda y a la derecha para que ninguna de ellas se pase de frenada. Y no siempre es fácil hacer una receta a la portuguesa de fácil digestión con los ingredientes disponibles en España.

stylename="070_TXT_inf_01">anxelvence@gmail.com

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