Cuando Pablo Iglesias y los suyos montaron esa rueda de prensa insólita, demandando la vicepresidencia para su líder y fantaseando sobre un posible reparto de carteras entre los miembros de su partido e Izquierda Unida (el PSOE, a pesar de aportar la presidencia, parecía jugar un papel secundario en el "gobierno del cambio"), ya no había ninguna duda de que el género cinematográfico elegido para narrar la historia de los pactos sería el "western".

Si el candidato de Podemos hubiera salido con un sombrero de cowboy, unas cartucheras bien visibles y las espuelas brillantes, los televidentes y el público asistente, incluidos los periodistas, se darían cuenta de inmediato que la cosa se iba a poner fea en el "saloon". El que desea ser ayudante del sheriff le pide al sheriff que asuma el mando siguiendo paso a paso sus instrucciones. "Estoy convencido de que Pedro Sánchez estará encantado de que dialoguemos cordial y constructivamente sin preguntas pactadas frente a los ciudadanos", afirmó Iglesias desafiante. Supongamos que el líder del Partido Socialista se niega a dialogar "cordial y "constructivamente". Es decir, que no acepta lo que le pide la formación morada. "Para qué discutir, si puedes pelear", canta Loquillo.

La extraordinaria puesta en escena del partido emergente (con el ex JEMAD en una esquina junto a la bandera de España, vigilando) vuelve a poner en evidencia las carencias, en términos de comunicación, de la llamada vieja política. No solo porque los nuevos representantes del pueblo, adelantándose a los acontecimientos, se apresuraron a presionar a Sánchez, una vez que Rajoy, ya inhabilitado, hiciera su parte desviando los focos hacia los socialistas, sino porque a través del lenguaje consiguieron convertir en tangible lo que, en un principio, podría resultar poco probable: Iglesias proponiéndose como segundo de abordo, con el cartel del Congreso de los Diputados oficializando la confabulación, haciendo que la imagen de sí mismo como vicepresidente y sus acompañantes como potenciales ministros resulte más que verosímil. En Estados Unidos -aparte de la osadía que supone el hecho de imponerle al segundo partido más votado del país a los miembros de su propia administración- se diría que el profesor de ciencias políticas, con esa artimaña, ha logrado sonar muy "presidencial".

Bien es cierto que el PSOE, haga lo que haga, no lo tiene fácil: en la derecha, especialmente con Mariano, caería en una contradicción difícil de justificar ante sus votantes; en la izquierda sería devorado de manera inmisericorde por Podemos. Además, está la cuestión territorial y el referéndum, que tanto inquieta a algunos de sus barones autonómicos.

El arte de gobernar, tarea ardua en estos tiempos, podría complicarse aún más al intentar asociar a pequeños grupos, con intereses muy diversos, a los que habría que convocar de manera reiterada para aprobar leyes y reformas (algunas "sugerencias" de Bruselas) no siempre populares. Si los desacuerdos impiden progresar en la legislatura, se volvería de nuevo a elecciones. Y, en ese hipotético caso, el electorado puede que prefiera (como parece estar ocurriendo en Cataluña con la antigua CIU y ERC) el original antes que la copia. El sheriff, por decirlo de alguna manera, podría morir a manos de su ayudante. "Frente a la irresponsabilidad de los partidos tradicionales, que parece que están muy cómodos simplemente haciendo declaraciones, hemos decidido tomar la iniciativa y dar un paso adelante. No caben medias tintas en estos momentos. O se está con el cambio o se está con el inmovilismo y con el bloqueo", advirtió el líder de Podemos. El oeste, como decimos, pero según Quentin Tarantino.