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Javier Sánchez de Dios.

Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

Los males

A estas alturas no parece probable que alguien se extrañe por la conducta generalizada de los políticos, especialmente en lo que a su oratoria se refiere. Y de forma concreta en el hecho frecuente de que hoy digan una cosa, mañana la contraria y pasado traten de convencer a su audiencia de que ni una ni otra salieron de su boca, Alguien podría decir que se trata de una enfermedad profesional y no andaría muy desencaminado.

El último -por ahora- de los ejemplos lo aportan los gobiernos locales que, tras las elecciones de mayo, se hicieron con el poder a base de acuerdos que en su mayoría no se apoyan en programas sino en proclamas que mezclan ideas y tópicos anticuados con esquemas políticos y territoriales propios de tiempos posteriores a la caída del imperio austrohúngaro. Y eso, que ya es bastante malo, se agrava por su creencia de que son la élite de la modernidad.

Buena parte de esos gobiernos son los que en estos meses han demostrado que lo prometido no es deuda y que el orden de prioridades depende de lo que interpretan sus augures y no de la urgencia que debiera imponer la realidad de los hechos. Y ahora mismo varios alcaldes de los más significativos andan en el anuncio de subidas notables de impuestos de las que en ningún caso avisaron a los ciudadanos cuando les pedían su voto. Por si acaso.

Así las cosas conviene insistir en que incoherencia y desvergüenza son males general del oficio político que se practica aquí. Y por eso aparecen las acusaciones cruzadas de unos contra otros siempre que creen que les convienen para desgastar la imagen del adversario o cuando se acercan citas electorales, tiempos en los que los muy escasos escrúpulos de uso en la vida pública se aparcan.

Pero se ha dicho que ese hábito ya no sorprende, y cabe un matiz: a veces, sí. Verbigratia ante las críticas del presidente Feijóo contra las alzas fiscales de la izquierda en los concellos, una sorpresa que no deriva de que le falte razón -el aumento se hace sin previo aviso-, sino porque su señoría, que es un político sensato, no debería imitar a los que no lo son. Sobre todo a la hora de manejar la memoria histórica,

(Véase, en esa línea, que esas críticas no concuerdan con la práctica de su partido, del Gobierno central o de la Xunta que preside. Todos, con excusas varias, no solo hicieron cosas que no aparecían en sus programas, sino bastantes en flagrante contradicción con lo que sí aparecía. Y en cuanto a impuestos, el catálogo gallego incluye niveles de presión fiscal real que, además, se negaba. Por eso el señor Feijóo, que es serio, debería parecerlo aún más, dicho con todo respeto.)

¿Eh...?

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