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El método de la letra con sangre entra

Al igual que los colegios de chicas en esta ciudad se dividían entre Placeres y el resto, los centros de enseñanza del bachillerato para chicos entre los años cincuenta y setenta se dividían en dos grupos: donde pegaban y donde no pegaban. No había término medio.

Esa era la principal preocupación de unos y otros alumnos, antes que cualquier otro rasgo o práctica. Lo demás parecía secundario: si tenían mejores o peores profesores, si tenían horarios más o menos prolongados, si ponían muchos o pocos deberes, si impartían gimnasia y fomentaban el deporte e incluso si era más fácil o difícil aprobar el curso.

Nada de todo eso resultaba comparable con la aplicación o no del viejo método de la letra con sangre entra.

El sistema duro se identificaba con la Inmaculada Concepción y el Sagrado Corazón, mientras que el blando correspondía al Instituto. Para los más rebeldes e indomables existía una alternativa peor: el internado del colegio Peleteiro en Santiago de Compostela.

En honor a la verdad hay que subrayar hoy que aquellos eran otros tiempos bien distintos, en donde la mano dura en la enseñanza y la educación no estaba mal vista, ni mucho menos. Más bien al contrario.

Algunos padres sacaban su cinturón por cualquier trastada adolescente para meter en cintura a sus hijos. Y otros padres preferían que esa labor ingrata corriera a cargo de los profesores en los centros, quizá por aquello de que ojos que no ven, corazón que no siente?.

Seguramente la Inmaculada fue el colegio de esta ciudad donde se repartieron más bofetadas y se propinaron más palizas, por delante del Sagrado Corazón, aunque no a mucha distancia. Ciertos curas también se las traían tiesas; por ese motivo quizá no salvaron sus almas.

Si las paredes y los muros del antiguo Sanatorio Caamaño reconvertido en colegio Inmaculada tuvieran memoria y hablaran, ellas podrían discernir mejor que nadie quienes sufrieron más padecimientos: si los enfermos que estuvieron allí primero o los alumnos que llegaron después.

Roberto del Río Meijide, un alumno de la última etapa, que no fue ni de lejos la más dura, se tomó su particular venganza. En nombre de toda una generación volcó en un libro tremendo todos los demonios que acumuló durante su estancia en la Inmaculada.

Como sería el contenido de "Luna en los charcos (tras la batalla de la Inmaculada)" que su autor optó por protegerse bajo el pseudónimo de R. Troche. Aquella novela basada en una historia cierta y real como la vida misma se presentó a bombo y platillo en el Teatro Principal y se convirtió en un best-seller entre el alumnado del colegio.

Esta modesta crónica, al igual que toda la serie De Vuelta y Media, no busca reabrir ninguna herida cicatrizada, ni realizar un ajuste de cuentas como el libro referido. Solamente refleja en esta ocasión una vivencia escolar compartida por varias generaciones de adolescentes pontevedreses que resultó cualquier cosa menos ejemplar.

Don Gonzalo Adrio encontró un magnífico título para su libro de recuerdos de una larga vida, que viene al pelo para este punto y final: "Sin odio, sin rencor, pero el recuerdo vivo".

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