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De vuelta y media

El Colegio Inmaculada

Refundado en 1950 por Blas Arias, Ángel Piñón, Francisco Cerviño y sus esposas, el centro pasó por cinco sedes hasta su asentamiento en el antiguo Sanatorio Caamaño

El colegio Inmaculada Concepción que nació en Pontevedra a mediados de los años cuarenta, no pudo considerarse en sentido literal como continuador o heredero de la Escuela Nueva que brilló a principios de los años treinta.

La filosofía pedagógica de uno y otro fue radicalmente distinta. Entre la tolerancia y la modernidad del segundo y el jarabe de palo del primero había un largo trecho. En cambio sí existió una cierta correlación entre uno y otro, puesto que compartieron su advocación a la Purísima, algún profesorado y, sobre todo, centros de acogida a sus alumnos.

Nominalmente la Escuela Nueva se encomendó a la advocación de la Inmaculada Concepción al estallar la Guerra Civil para perdonarse su republicanismo, pero no sirvió de nada. Su fundador, don Hernán Poza, tuvo que salir pitando hacía América para salvar su pellejo, como contamos la semana pasada.

El primer colegio Inmaculada como tal se ubicó a mediados de los años cuarenta en el primer piso del número 24 de la calle de la Oliva, una casa que todavía sigue en pie junto al comercio de Torrado.

Al frente de aquel pequeño colegio solo de niñas, pero no de niños, estaban Francisco Cerviño Gesteira, Enrique Macías Ruíz, José Torres Martínez y Eloy Pastoriza Novas. Allí también impartieron cursos de preparación de oposiciones a Magisterio porque había que buscarse la vida.

"La Inmaculada" a secas, nombre de guerra del colegio tal y como fue conocido después y todavía es recordado hoy, surgió con el inicio del curso 1950-51. Para su puesta en marcha unieron sus fuerzas Blas Arias, que venía de la Escuela Nueva; Ángel Piñón, que procedía de la Academia Minerva y disponía de pasantía propia, y el citado Francisco Cerviño. Junto a ellos formaron la sociedad sus respectivas esposas Pilar Torrado, Concha Cimadevila y Daría González, quienes también impartieron clases.

Tras obtener su reconocimiento oficial, el colegio creció muy rápido y tuvo que distribuirse en tres locales simultáneos: parvulario y primaria para niñas y niños estaban en el número 1 de la calle Andrés Muruais, mientras que el bachillerato se repartía a su vez entre la plaza del Teucro número 9 (antes Escuela Nueva y después Cámara Agraria) para las chicas, y la calle del Puente número 28 (antiguo Calasancias) para los chicos.

La casona ubicada frente al puente de O Burgo, donde se instaló originariamente la notaría de don Valentín García Escudero, disponía de un enorme y luminoso salón central que hacía las veces de sala de estudios para todo el alumnado. Luego cada curso disponía de su clase correspondiente, a donde se desplazaban con la llegada del profesor respectivo. Así funcionaba el incipiente colegio Inmaculada.

Al igual que hizo la Escuela Nueva en su tiempo, la Inmaculada también publicó en la prensa grandes anuncios a mediados de los años cincuenta con los nombres de sus mejores alumnos en los exámenes de reválida: Mercedes Baeza y Víctor Cervera Mercadillo obtuvieron matrícula de honor en la reválida de grado elemental del curso 1955-56, en tanto que José Vicente Ardao López y Celso Nores González hicieron lo propio en el curso siguiente.

La Inmaculada encontró al fin su ubicación definitiva en las magníficas instalaciones del antiguo Sanatorio Caamaño, incautado en la Guerra Civil tras el fusilamiento del propietario y buen médico.

Construido a conciencia en forma de "L" para competir en buena lid con el sanatorio Marescot, un imponente pórtico caracterizaba su entrada principal en el número 76 de la avenida de Vigo al pasar el puente del tren.

Por aquella puerta de hierro y cristal solo entraban los profesores y los visitantes, en tanto que los alumnos accedían por la calle San Pedro Alcántara, a donde daba su otra fachada más grande. El patio de recreo en su interior se abría hacía la estación del ferrocarril y el polígono de Campolongo.

Durante algunos años simultaneó este lugar de referencia donde impartía el bachillerato, con la sede de la plaza del Teucro, donde estaban los alumnos más pequeños, desde primaria hasta ingreso.

Jersey azul, pantalón gris, camisa blanca y corbata azul con lunares blancos. Estos fueron los componentes básicos del uniforme inconfundible que caracterizó a los alumnos de la Inmaculada.

De don Blas a don Ángel, respectivamente, director y jefe de estudios, los más temidos y a la vez odiados. De doña Concha a doña Pila, pasando por la señorita Yugi que cautivó a muchos alumnos en sus clases de Historia del Arte. De las bromas del señor Regueiro, a la mala leche del señor Gil. Del genio en francés del señor Mathieu, al cachondeo en inglés de don José Juliol, efímero fichaje de la Escuela Naval?.

Del señor Ugarte, todo sabiduría y bonhomía a partes iguales, al señor Tilve, a quien ningún alumno imaginó como el referente que fue luego de la UGT pontevedresa. Los profesores de Religión, don Jorge y don Segundo, éste último en funciones de captación de buenos alumnos para el Opus Dei. Los profesores Castillo y Lage, de Formación del Espíritu Nacional y Educación Física. Y algunos más que conformaron un cuadro variopinto.

A lo largo de sus treinta y cinco años pasaron por sus cinco ubicaciones unos 12.000 alumnos. Su mayor auge coincidió con la década de los felices sesenta. Entonces mantuvo un pulso con el Instituto, y su rivalidad en lo educativo saltó también a lo deportivo, aunque no hubo color en favor del Instituto.

La gloria más sorprendente que dio nunca la Inmaculada en el campo del deporte fue Outón. Aquel chaval de Poio, bajito, muy moreno, todo músculo, no estaba dotado para el estudio, pero se convirtió en todo un campeón de cros a la antigua usanza.

El entrenamiento de Outón decían que consistía en ir y venir corriendo todos los días desde su casa en Poio hasta la Inmaculada. Rodeado de alumnos, don Ángel siguió siempre sus carreras y disfrutó mucho con sus victorias.

Un cierto declive asomó en la década siguiente, pero el cierre del colegio en 1977 no obedeció a la pérdida de su prestigio ni a la falta de alumnado. La culpa fue del boom de la construcción al que no pudieron resistirse sus legítimas propietarias que vendieron aquel gran solar a buen precio.

Entonces no prosperó el intento de formar una cooperativa para salvar la Inmaculada que propuso don Ángel. El aporte del capital necesario pesó bastante y echó para atrás a muchos profesores.

Una vez cerrado el centro, don Ángel tuvo la satisfacción de recibir bastantes años después un homenaje promovido por Magín Alfredo Froiz y José Acuña Sastre, que reunió a muchos ex alumnos de diversos cursos y distintas generaciones. En cambio, el mal recuerdo don Blas quedó sumido para siempre en una negra, negrísima nebulosa.

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