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Ceferino de Blas.

El incorregible vicio del nepotismo

El nepotismo, vocablo latino, tan antiguo que trasciende fronteras, edades e ideologías, ha reaparecido en tiempos de catarsis y mutación. Tiempos esperanzadores.

Sorprendentemente lo han vuelto de curso legal los adalides de la estética y la regeneración pública, que prometían acabar con la casta, con lo peor del emponzoñamiento político.

Cabía esperarlo. No hace mucho, un antecedente, Carod Rovira, vicepresidente de la Generalitat de Cataluña, y líder del republicanismo de izquierdas, colocó sin el menor rebozo a familiares en altos puestos. Y pese al escándalo se quedó tan fresco.

Ahora algunos flamantes regidores de los renovados ayuntamientos lo han imitado y con idéntica cara dura. Justificándolo.

Los más llamativos son los casos de las alcaldesas de Madrid y Barcelona, Carmena y Colau, que han encumbrado en sus administraciones a familiares o de colegas de gobierno.

Ada Colau, a su compañero. Manuela Carmena, a un sobrino, y Rita Maestre, que en tiempos recientes asaltó la capilla de la Universidad Complutense, tetas al aire, y ahora es portavoz del gobierno de la capital, a su padre.

Si huelen mal los nombramientos, lo peor, porque de las intenciones se deducen las convicciones, es que el partido que llegó como paladín de la limpieza democrática, justiciero de los desmanes de las viejas prácticas, lo justifique.

La alcaldesa madrileña, magistrada por el cuarto turno, ha sentenciado que es legal. Su irreprochable argumento es: "no vamos a ir contra la ley". Cuando podía esperarse esta otra argumentación: es legal, pero como parece sospechoso de nepotismo y enchufismo, nunca aplicaremos esa transigencia de la ley. Porque nadie negará que en casos como los que comentamos, la ley es permisiva, incluso laxa.

Muchos recordarán lo que sucedió en una de las últimas convocatorias de oposiciones a la Diputación de Ourense, gobernada por Baltar padre, cuando el organismo pasaba por ser de los más tolerantes en la admisión de funcionarios y empleados.

Ocurrió que a las oposiciones concurrieron familiares de cargos del PP, incluido un hijo del barón de Lugo, Cacharro Pardo. Cuando varios de ellos ganaron las oposiciones, se armó un gran y justificado revuelo en todos los partidos de la oposición, y entre la gente, indignada por el caso.

Fraga, que no esquivaba ninguna cuestión, y siempre iba al trapo, dijo algo así: Es que los hijos de los dirigentes del PP están mejor preparados que otros.

No es inverosímil que el fundador del PP tuviera razón, pero nadie atendió su razonamiento. Aunque vulnere la igualdad de oportunidades, el controlar el acceso de familiares de dirigentes públicos a cargos de su dependencia es la cautela del mal menor.

Otro caso sonado fue el de Manuel Aznar, hermano mayor del expresidente. Fue propuesto como número dos del Defensor del Pueblo, cargo que estaba vacante, y para el que reunía todas las condiciones. Pero por ser hermano de quien era ni siquiera podía pensar en competir, porque la decencia, y su propio hermano, se lo vetaban. Aunque no se privó del pataleo de apellidarse Aznar en ese caso. Algunos vigueses se lo escucharon, cuando vino a dar una conferencia a la ciudad.

Existe una ley implícita, que no se corresponde con la letra de los códigos, pero coincide con el principio de que la mujer del César tiene que parecerlo, de que la consanguineidad veda los nombramientos de cargos de relevancia. Evita las sospechas de nepotismo, palabra maldita para los amantes de la buena praxis, que se les exige a los buenos políticos.

Por eso resulta tan decepcionante que quienes vinieron a impartir lecciones de decencia pública caigan en los mismos vicios que criticaron con razón.

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