El futbol está lleno de hechos anecdóticos que conciernen a sus héroes y a sus villanos, a los clubes y a las selecciones, a los equipos de primera o a los modestos. Hay anécdotas que parecen leyendas urbanas o invenciones del realismo mágico pero son ciertas de popa a proa.

Sergio Kun Agüero -ex-jugador del Atlético de Madrid actualmente en el Manchester City- en un partido memorable marcó cuatro goles al Tottenham y aunque falló un penalti muchos aficionados empezaron a llamarle el "Mozart del fútbol". Preguntado por un periodista qué opinaba de la comparación contestó "¿Mozart? No sé, no lo conozco" Sería inútil interrogarle, visto lo que hay, respecto a qué opina de la novela de Peter Handke "El miedo del portero ante el penalty" y menos aun de los números primos. Pero es un excelente profesional y eso es lo que cuenta.

Números primos en el fútbol

También es un excelente profesional el matemático inglés Marcus de Sautoy, catedrático en Oxford, conocido en algunos ámbitos por sus libros de divulgación. En "Los misterios de los números" relata por qué David Beckham escogió el dorsal 23 cuando fichó por el Real Madrid, en el 2003, siendo su número habitual en el Manchester United el 7, que era el que ya tenía Raúl en el club merengue. Razonablemente, De Sautoy rechaza las explicaciones directamente cabalísticas que propusieron los despistados e intenta apoyar su teoría en una especie de influencia de los números primos, indiscernible a primera vista, de la que era consciente algún directivo del Real Madrid. No obstante -aunque Florentino Pérez, presidente del Real Madrid que inauguró la época galáctica del club, es ingeniero y a buen seguro conocedor de las propiedades matemáticas de los números primos- la explicación de De Sautoy no deja de ser otra fantasía numerológica. En acotación señalaremos que la convicción del popular matemático inglés, jugador de fútbol aficionado de notable nivel, es tal que llevaba el número primo 17 en su camiseta del Recreativo (sic) Hackney FC (Londres)

Según De Sautoy, cuando Beckham llegó al Real Madrid, todos los galácticos -los mejores jugadores- mostraban dorsales con números primos. Roberto Carlos, el 3; Zidane, el 5; Raúl, el 7; Ronaldo, el 11. De manera natural Beckham escogió, por tanto, el número primo 23. Sin embargo, esta teoría muestra, en nuestra opinión, varias debilidades.

En primer lugar, es probable que Beckham supiese de números primos tanto como Agüero de Mozart. Por otra parte, De Sautoy debería proponer alternativamente algún tipo de explicación a propósito de por qué Beckham no escogió el 2, el 13, el 17 o el 19, asimismo números primos, y se decantó por el exótico 23 (al ser los números primos aquellos que solo son divisibles por sí mismos o por 1, caso ambiguo, no existen bajo la forma 2n puesto que, como mínimo, serian divisibles también por 2).

La explicación más plausible, sobre la que De Sautoy pasa rápidamente, podría ser estrictamente comercial. Parece razonable que el Real Madrid quisiese servirse de la imagen de Beckham para vender camisetas en EE.UU. 23 era el dorsal de Michael Jordan, estrella del baloncesto en los Chicago Bulls, con quien el Real Madrid quería asociar al delantero inglés, menos popular que Jordan, en el imaginario del público norteamericano en aras de penetrar el mercado por la magia de la identificación entre ambos dorsales. Identificación que Beckham conservó cuando fichó por LA Galaxy. Y 23 es el dorsal del baloncestista más popular en la actualidad: LeBron James.

Odios y solidaridad

Lejos de anécdotas levemente académicas, el fútbol es crisol de intensos sentimientos que a veces poco tienen que ver con el deporte o el espectáculo. Ha sido suficiente un partido de fútbol -14 de octubre, Belgrado- para que aflorara el odio que separa a serbios y albaneses. En el minuto 41 del encuentro oficial Serbia-Albania, clasificatorio para la Euro 2016, surgió sobre el terreno de juego una bandera con el águila negra de la Gran Albania -en España hablaríamos de la Gran Cataluña de los Països Catalans- proyecto político supremacista que pretende federar a los albaneses de Kosovo, Serbia y Macedonia bajo la tutela de Albania. La bandera, inmediatamente retirada por un jugador serbio, era transportada por un dron que al parecer manejaba a distancia, desde la tribuna de autoridades y VIP invitados, Olsi Rama, hermano del Primer ministro albanés. En fin, una provocación en toda regla que dada la temperatura política de los Balcanes distó de ser un simple gesto para animar a los jugadores albaneses.

Existe un trágico precedente. El 13 de mayo 1990, un encuentro entre croatas del Dinamo, de Zagreb, que jugaba en casa, y el Estrella Roja, de Belgrado, degeneró en batalla campal con 140 heridos. Meses después empezó la guerra entre croatas y serbios.

Felizmente, no muy lejos del conflictivo epicentro encontramos un hermoso ejemplo de fraternidad. Pues eso es asimismo el fútbol: fraternidad. Tudorel Mihailescu, portero del equipo rumano de quinta división Fratia Bucuresti, es manco de nacimiento. Nació hace cuarentaisiete años con el brazo izquierdo atrofiado al nivel del codo. Los domingos de partido, antes del encuentro, el presidente del club expulsa las cabras del terreno de juego y traza con cal las líneas reglamentarias. Aunque desde aquí sea difícil de entender, tan pobre imaginamos a Rumanía, en el club juegan algunos añosos africanos inmigrantes para los que Rumania es, en relación con sus países de origen, una nación de nivel de vida elevado. Lo que no es difícil de entender es por qué el equipo se llama Fratia. Los jugadores ganan cuarenta euros por partido, pagados por Constantin Zamfir -quede constancia honorable de su nombre- que fue jugador de la segunda división rumana, y financia asimismo otros mil euros mensuales de gastos generales del club cuyos estatutos prohíben la discriminación o cualquier tipo de barrera que impida jugar en razón de edad, raza, religión, etnia o discapacidad física.

Sospechamos que el Fratia Bucuresti no sería club adecuado para el fatuo Mario Balotelli, jugador italiano de origen africano, que se define a sí mismo como "un genio incomprendido de la Humanidad" y en consecuencia tiene en el salón de su mansión una estatua tamaño natural de ?Mario Balotelli.

La estrategia del clown

El título de la novela de Handke -"El miedo del portero al penalti", quedó dicho- es engañoso toda vez que poco tiene que ver con el deporte rey. En realidad, el escritor austriaco se sirve de vivencias al límite de Joseph Bloch -el protagonista, mecánico y portero de fútbol de nivel internacional- como argumento para artillar literatura de altos vuelos, sombría, melancólica e inmensamente lúcida. Ahora bien, en estas breves líneas lo que nos interesa concretamente es indagar en el supuesto miedo del portero, en su angustia, ante el tiro desde el punto de castigo.

En nuestro anterior artículo -"La ciencia de los penaltis"- señalábamos que nadie espera que el portero pare el tiro de penalti (las razones técnicas exculpatorias son numerosas) pero todo el mundo supone que el ejecutor lo transformará en gol. De ahí la asimetría de recompensas: la gloria para el portero que detenga la pelota, casi el oprobio para el jugador que falle el tiro. Como la responsabilidad de marcar del tirador es mayor que la del portero de evitar el gol, este se encontrará relativamente más sereno. La historia de la Champions ofrece un ejemplo de manual. En la final de 2008, Chelsea tiró después del Manchester United y su capitán, John Terry, se desmayó al fallar.

La serenidad puede ser muy desestabilizadora para el tirador si el portero no se atiene a escrúpulos de estética deportiva. La estrategia permite, en porcentaje, evitar más fácilmente el gol en los penaltis?siempre que los porteros carezcan de sentido del ridículo: ponerse a bailar y hacer el payaso en la portería para desconcentrar al tirador. Esta coreografía, conocida por spaghetti legs, fue iniciada por Grobbelaar, cuando jugaba de portero del Liverpool, contra el AS Roma en la final de la Champions (1984). Graziani, el tirador, quedó tan sorprendido y desestabilizado que colocó el balón fuera de la portería. El Liverpool se proclamó campeón gracias a la astucia dudosamente deportiva de Grobbelaar. Lo cierto es que si bien el tirador, e incluso el público, podría tomar como una falta de respeto que el portero se ponga a hacer el payaso no deja de ser eficaz la estrategia, por llamarle de alguna forma, pues algunos acaban tirando fuera o mal.

Para comprobar la anterior hipótesis, dos investigadores ingleses -Wood G. y M. Wilson ("A moving goalkeeper distracts penalty takers and impairs shooting accuracy", Journal of Sports Sciences, 2010)- experimentaron con18 futbolistas a los que pidieron tirar varios penaltis contra una portería defendida siempre por el mismo guardameta que permanecía, por prescripción de los investigadores, en el centro con los brazos inmóviles o, alternativamente, agitándolos de arriba abajo. Los resultados muestran claramente que los tiradores marcaron significativamente menos frecuentemente cuando el portero se agitaba que cuando permanecía impasible, lo cual parece confirmar la desestabilización, pérdida de concentración, que sufren -por ello los tiros son más imprecisos- cuando los porteros teatralizan la situación como si fueran payasos que si se colocan en posición clásicamente deportiva. Sin embargo, pocos porteros recurren a esa estrategia que podría hacerles perder la imagen de marca. Pero no fue el caso de Jerzy Dudek, portero polaco asimismo del Liverpool que volvió a ganar la Champions, esta vez contra el Milan AC (2005), gracias a la coreografía spaghetti legs en la tanda de penaltis.

Seguramente la estrategia no hubiese sido del gusto del ruso Lev Yashin, quizás el mejor portero de todos los tiempos, el único que consiguió el Balón de Oro (1963). A Yashin le llamaban La araña negra porque vestía con colores oscuros y parecía tener seis brazos para detener la pelota. Según decía, el negro y colores oscuros en general son los que más engañan la vista del tirador. Y es que en el fútbol, como en la vida, aún hay clases.