El mérito difícilmente discutible que encontraron los académicos de la RAG en la obra de Xosé Filgueira Valverde para homenajearlo el Día das Letras galegas, el próximo año, fue la vastedad de una producción que lo convierte en figura señera de la cultura gallega del siglo XX. De inmediato, el independentismo talibanizado -¿existe otro?- lanzó desde sus madrasas una fetua, o varias, contra Filgueira Valverde y quienes tuvieron el arrojo moral de hacerle justicia sacándolo de las inquisitoriales mazmorras en las que había sido encerrado por los nazionalistas normalizadores habituados a atacar en manada. Esta vez, no obstante, a la jauría azuzada desde A Mesa pola Normalización Lingüística -apéndice del BNG- le salió mal la cacería. Muy mal.

Aunque hubo pusilánimes que lanzaron lamentables ¡yo no fui, yo no fui! lo más granado de la intelectualidad galleguista dio un paso al frente y paró los pies a la tropa indocta. No me sorprendió en Xesús Ferro Ruibal, siempre ha sabido estar lúcidamente en primera línea pertrechado con su erudición imbatible (en alguna ocasión utilizada contra mí pero en buena lid y elegantemente). Tampoco me extrañó en X. L. Franco Grande, capaz de lo peor y de lo mejor, que envió un par de artículos inteligentísimos, devastadores, contra la línea de flotación de la chatarra necionalista. Sí me sorprendieron Xosé Ramón Barreiro y Ramón Villares a quienes no consideraba dispuestos a enfrentarse con la chusma, no por falta de valor sino por cálculos de aleve diplomacia consensual. Mucho me alegra haberme equivocado. Y más aun me complace haber hecho un tramo del camino de la concordia con todos ellos aunque solo fuere andando los complicados atajos de estas breves líneas y sabedor de que lo que sigue probablemente volverá a separarnos.

La mayor sorpresa la recibí en este diario. Por una parte, el brillante artículo de Ceferino de Blas; por otra, el silencio de los que evitaron implicarse en la polémica, cuerpo a tierra que vienen los nuestros, por aquello del qué dirán. Sin embargo, para mantener viva la llama de la resistencia contra el invasor español, que tanto daño hace a los gallegos con su maldita lengua, un independentista, permanentemente de guardia, volvió por donde solía, esto es, por los senderos de la guerra lingüística toda vez que, a la par de los piratas ennoblecidos, si la suerte acompaña y finalmente el negocio sale bien, la ejecutoria amerita a ceñir las sienes de laureles y llenar las alforjas de subvenciones imprescindibles a la subsistencia de moribundas editoriales en gallego y al pago de la hipoteca del adosado o el jabugo nuestro de cada día. Si de consuno se exhiben en las mangas los entorchados ganados por ser puntal de ProLingua, los méritos habilitan para llegar en el futuro a subconselleiro de algo en un eventual tripartito y de las JONS. De paso, informo a los lectores que no estén al corriente que ProLingua es una organización que supura podredumbre guerracivilista hasta el punto de haber sostenido con maldad cainita a la sañuda cuadrilla -incluido un notorio terrorista declarado en rebeldía- juzgada por agredir a los participantes de una manifestación convocada por Galicia Bilingüe en el 2009.

El pretexto para desenterrar el hacha de guerra fue que hace diez años el Parlamento Galego aprobó el Plan Xeral de Normalización da Lingua Galega. El consenso alcanzado por los grupos parlamentarios lo rompió en el 2007 un decreto (el 124) -que la coalición gobernante PSdeG-BNG justificó torticeramente como la pura y simple aplicación del plan consensuado- derogado por el PP y reivindicado sectariamente en la actualidad, sin adarme de autocrítica, por el susodicho nacionalista de guardia.

Entre otros, uno de los contenidos del decreto absolutamente inasumible por la mayoría de los habitantes de Galicia era, a grandes rasgos, la obligatoriedad de que el 51% como mínimo de las materias impartidas en la enseñanza pública no universitaria fuese en gallego. Ese 51% "mínimo" muchos lo interpretamos como una violación liberticida por etapas en plan la puntita nada más. De entrada. Porque después del 51% mínimo, vendría el resto -¿puede haber duda?- empujado por mesas de anormalidades lingüísticas y otros garrulos en insaciable celo normalizador.

El decreto, que no engañó a los más, era solo parte de un amplio plan independentista -al que incomprensiblemente se sometió el PSdeG- cuya verdadera y fraudulenta intención consistía -y consiste- en violentar las equilibradas preferencias político-lingüísticas de los gallegos creando a término una situación semejante a la catalana. Esta situación la sintetiza magistralmente Joaquín Leguina en su reciente libro "Los 10 mitos del nacionalismo catalán". A Leguina me remito sucintamente: a) impulsar el sentimiento nacional de profesores, padres y estudiantes; b) exigir el conocimiento exhaustivo de la lengua nacional; c) editar y emplear libros de texto adecuados al contexto nacionalista acerca de historia, literatura, economía, etc.; d) reorganizar el cuerpo de inspectores, vigilando de cerca la elección de este personal, de forma y modo que apliquen el cumplimiento forzoso de la normativa. En fin, para qué proseguir.

Lamentablemente, a los urdidores del plan les importa un bledo que el clima de crispación, creado por el decreto 124/2007 y su derogación, perjudique desde entonces a los intelectuales galleguistas que no son independentistas, atrapados entre el yunque del rechazo social al decreto, que no entra en distingos, y el martillo del independentismo que los utiliza a conveniencia. Cuando conviene los sacan en procesión y cuando cuadra, y cuadrará cada vez más, intentan machacarlos como a Filgueira Valverde.