Aunque formalmente sea Pedro Horrach quien firma los injuriosos escritos contra el juez José Castro todo el mundo sabe que detrás del mallorquín está la Fiscalía General del Estado.

Muy importante debe ser la persona a defender cuando una institución que forma parte del poder judicial, y entre cuyas misiones se halla el velar por el buen orden y la independencia judicial, recurra al insulto y a la calumnia contra un juez como fundamento de un recurso.

Muchos ciudadanos han entendido que los fiscales, sin decirlo claramente, vienen llamando juez prevaricador a Castro desde hace meses, justo cuando el instructor del caso Nóos se planteó interrogar como imputada a la infanta Cristina de Borbón, una persona clave en una historia donde unos avispados se prevalieron de sus vínculos con la Casa Real para apoderarse de fondos públicos.

Sin embargo, ayer el fiscal general negó que en los escritos de Horrach se tilde de prevaricador al magistrado. ¿No lo quieren ver o son unos cínicos? A algunos círculos políticos y de medios de comunicación les va muy bien el rifirrafe entre el fiscal y el instructor: así la figura de la Infanta queda en segundo plano. El objetivo es salvar a Cristina.

Cuando se trata de vencer a un oponente a toda costa un recurso fácil y rápido es denigrarlo, a poder ser con una expresión corta y contundente: juez prevaricador, por ejemplo. El fiscal podía haber esperado unos días antes de presentar su recurso, que guardaba en su ordenador desde enero pasado cuando se vio forzado a no impugnar la imputación de la infanta, pero la pasión anti-Castro o pro-Cristina le pudo.

Apenas un día después de tener en sus manos el auto de fin de instrucción, la fiscalía ya entregó su apelación, un escrito cargado de ácido. El recurso, quizás por las prisas, no rebate los argumentos del instructor Los fiscales sabían de sobra por dónde iba a salir el magistrado.

La sombra de una querella por prevaricación se ha cernido contra el juez desde que decidió ir hasta el final en la depuración de responsabilidades Acabada la instrucción esa imposible querella no tendría más utilidad que servir de munición de grueso calibre a las defensas de los imputados ¡Qué mejor argumento exculpatorio que el de un sumario instruido por un juez descarriado!