El sentido anhelo de Pontevedra por acoger una Escuela de Ingenieros de Montes acaba de cumplir un siglo de antigüedad, que se dice pronto. El proyecto de la repoblación forestal, que tanta admiración suscitó entre propios y extraños, y que situó a esta provincia a la cabeza de España, llegó mucho después.

Hace cien años, Manuel García Filgueira, un joven pero ya aguerrido líder del agrarismo en la parroquia de Mourente, entró pisando fuerte en el Ayuntamiento. Al cabo de un mes el concejal socialista presentó una moción donde reclamó nada menos que el traslado a Pontevedra de la Escuela de Ingenieros de Montes que estaba ubicada en San Lorenzo del Escorial y que era la única que en 1914 existía en España.

Incluso propuso para acoger sus instalaciones con el mayor decoro, que se decía mucho entonces, el edificio en construcción del nuevo Instituto junto a las Ruinas de Santo Domingo. Nadie le hizo el menor caso y no volvió a hablarse del asunto.

La repoblación forestal que Daniel de la Sota y Rafael Areses pusieron en marcha con mucho éxito a finales de los años veinte, en plena Dictadura de Primo de Rivera, sembró el camino para conseguir tal fin, llegada la ocasión propicia. Aquella incipiente reclamación se convirtió en una aspiración irrenunciable a partir del establecimiento en Lourizán del Centro Regional de Enseñanzas, Investigaciones y Experiencias Forestales en 1943. Así estaba pensado y escrito.

Desde Miguel Primo de Rivera hasta Daniel de la Sota, pasando por Pío García Escudero, todas las cabezas de quienes urdieron el plan que permitió la instalación del CREIEF en la antigua mansión de Montero Ríos tuvieron muy presente aquel objetivo último. La propia orden de creación del centro lo proclamaba bien claro:

"La conveniencia de completar las enseñanzas desarrolladas por la Escuela Especial de Ingenieros de Montes, y extender la acción del Instituto Forestal de Investigaciones y Experiencias a cometidos hoy muy necesarios, aconsejan la instalación de una residencia forestal en la zona del noroeste de España?".

Por la residencia de Lourizán pasaron desde su estreno en 1945 promociones y promociones de ingenieros forestales, y también de ayudantes de montes. Todos fueron muy bien acogidos allí y aprendieron mucho durante sus estancias veraniegas.

A mediados de los años cincuenta el asunto no podía estar mejor abonado. Pontevedra encabezaba la repoblación forestal en España y el CREIEF funcionaba a pleno rendimiento. Todo iba a pedir de boca.

Con semejante aderezo y el camino allanado, el presidente de la Diputación, Luís Rocafort Martínez, abanderó con el apoyo del Ayuntamiento y demás instituciones pontevedresas la petición formal de una Escuela de Peritos de Montes como primer paso para llegar a la titulación superior. Pero Madrid se mostró insensible y no dijo una palabra al respecto.

La reivindicación decayó otra vez y estuvo dormida durante dos décadas, hasta que resurgió con fuerza en los albores de la democracia. A partir de 1979 la creación de la Escuela Superior de Ingenieros de Montes en el Centro de Lourizán, que sería la segunda de España, se dio como segura en todos los ámbitos. Había llegado el momento propicio, o eso pareció al menos.

Una asamblea general de los ochenta ingenieros forestales que entonces trabajaban en Galicia sirvió para aclarar recelos y cerrar filas. De aquella reunión en el mismo Lourizán salió un respaldo al proyecto por amplia mayoría.

La junta de gobierno de la Universidad de Santiago se decantó por unanimidad en igual sentido. El propio rector Suárez Núñez confirmó por carta tal propuesta al alcalde Rivas Fontán, quien nunca cesó en este empeño. Pontevedra, ciudad universitaria, era bastante más de lo que podía soñarse en aquel tiempo.

El asunto comenzó a torcerse inopinadamente a mediados de los años ochenta, a través de noticias contradictorias y medias verdades. La confirmación o la pérdida de la titulación pasó a convertirse en un asunto recurrente en el terreno político; un arma arrojadiza de unos contra otros, sin orden ni concierto.

El 8 de octubre de 1987 trascendió un preacuerdo secreto entre la Universidad de Santiago, con Carlos Pajares al frente, y la Diputación de Lugo, con Francisco Cacharro en su puente de mando, para ubicar allí la ansiada titulación. El conselleiro de Educación, Javier Suárez-Vence, no tuvo más remedio que salir a la palestra y negar una decisión firme al respecto. Pero la suerte estaba echada.

A partir de entonces comenzó una agónica cuenta atrás con el melón universitario abierto en canal. La sólida justificación académica que Pontevedra puso una y otra vez encima de la mesa de debate no contó con el respaldo político necesario.

Cuiña Crespo como presidente de la Diputación de Pontevedra reivindicó la Escuela de Montes para el Centro de Lourizán y garantizó el apoyo económico de la institución provincial. Pero entonces ni influía ni mandaba tanto; todavía se encontraba en camino de proclamarse caudillo del Deza. Y Cacharro ya era mucho Cacharro.

Lo que se veía venir acabó por llegar y tomó cuerpo a principios de 1993. La creación de un campus digno era el proyecto estrella del PP en Pontevedra, y de Javier Cobián Salgado tras alcanzar la alcaldía. Pero ni con esas. El presidente de la Xunta, Manuel Fraga, se convirtió en su auténtica bestia negra.

La frustración por la elección de Lugo para ubicar Montes fue enorme. Pontevedra salió a la calle y empezó a crearse un caldo de cultivo en contra del PP que acabó por alejarlo de la alcaldía en beneficio del BNG y que derivó en los lodos actuales donde hoy chapotea mal que bien Jacobo Moreira.