Convendría naturalizar la derrota, verla como un elemento más del juego. Nos evitaríamos agobios y discusiones un tanto absurdas. Perder ha sido lo normal durante demasiado tiempo y sigue siéndolo para la mayoría de equipos del mundo. En España cometimos el error de olvidar a qué saben. La culpa la tienen esos seis años de pura gloria que tal vez se terminen en este Mundial de Brasil que acaba de arrancar. O no. Es algo que aún tardaremos unos días en resolver, aunque habría que ir preparando el cuerpo para el porrazo no sea que la guerra iniciada ayer se nos vaya de las manos.

La selección y Del Bosque se enfrentan a un duro proceso, el de gestionar el histórico zarandeo recibido ante Holanda sin dejar demasiadas víctimas, sin señalar culpables de manera vergonzante ni contaminar un vestuario del que siempre se ha hablado maravillas. Es evidente que tienen que cambiar muchas cosas antes del partido contra Chile y no será fácil acertar en esas decisiones que inevitablemente señalarán a algunos profesionales y protegerá a otros. Momento delicado para un técnico que en este tiempo ha tenido que negociar desde el triunfo, pero que en esta ocasión lo hará desde el desastre absoluto. Personalmente me tranquiliza que sea precisamente Del Bosque quien tenga que llevar adelante esta digestión y soportar sobre todo el ruido que se generó alrededor de la selección en las últimas horas. Una vez más el análisis se ha hecho desde la trinchera por aquellos que aprovechan la mínima ocasión para saldar cuentas con el bando de enfrente, las dos Españas, la crítica desbocada de unos enfrentada a la sobreprotección que ejercen otros y que resulta igual de dañina. Ruido y jaleo por todas partes. Los que piden la depuración de todo el equipo contra los que consideran un insulto la crítica y se golpean la estrella del pecho como si fuesen un delantero tribunero cualquiera. Nula mesura, la fiesta del extremismo. Del Bosque se mueve bien en ese paisaje un tanto enfermizo. Ayer lejos de esconderse salió a atender a los medios y lo hizo con la tranquilidad habitual. Otros en su caso -muchos de esos eternos triunfadores de los que hay que huír como sea-, acudirían a la cita con la prensa con un lanzallamas y entregarían antes de empezar un folio con su palmarés. De todo lo que dijo hay una cosa que me llegó especialmente. El seleccionador admitió que al llegar al hotel con el cuerpo y la cabeza magulladas por la goleada se puso a ver el vídeo del partido y del Chile-Australia y que se quedó dormido. A muchos de los fríos analistas de este país -algunos de los cuales han escrito hoy el mismo artículo de hace cuatro años tras la derrota ante Suiza- les pareció un gesto de desidia y una irresponsabilidad. A mí, una enorme genialidad. Muchos otros, para engordar sus raquíticas biografías, habrían descrito una noche en vela, con el café como compañero, analizando sistemas y tratando de descubrir el origen del fútbol. Del Bosque no necesita mentir. Prefiero que sea alguien como él quien trate de arreglar el desastre. El entiende que la derrota es parte del fútbol y ese es el mejor comienzo.