No tanto por los beneficios que su personal empeño pueda traernos sino en evitación de males que estimo vendrían en el corto plazo con la impaciente alternativa republicana, dando por hecho que el Príncipe Felipe de Borbón y Grecia será, por imperativos constitucionales, Rey de España y teniendo yo, por lo que precede, algún interés en que así fuese quiero dejar no obstante constancia que la imagen que hasta la fecha ha proyectado Su Alteza Real, la que la juventud española penosamente trabajadora y sufridamente desempleada percibe, corresponde más a la de un personaje público aficionado a mundanidades varias -empezando por el mal escogido lugar de veraneo- que a la de un compatriota generacionalmente ejemplar lo cual no le impide ser buen marido, mejor padre y honrado ciudadano. Dicho sea con el debido respeto institucional pero, si de apellidos se trata, con el derecho y la obligación que me confieren no ser vasallo ni súbdito de nadie y de antigua estirpe española -Rodríguez, hijo de Roderick- de muy anterior implantación a los Bourbon en estas tierras.

Todas las monarquías europeas se rigen por el derecho de sangre, todas son constitucionales y ningún nuevo reinado hay que confirmarlo con un referéndum. Poniendo la racionalidad por encima de la emotividad es preferible que así sea. De consuno, las funciones de monarcas constitucionales se parecen bastante a las de embajadores y diplomáticos, sus poderes se circunscriben al ámbito representativo más que al ejecutivo.

En misión diplomática, a dominios de mongoles Ruy González de Clavijo fue delegado por Enrique III para establecer una alianza-pinza con Tamerlán contra otomanos y mamelucos. González de Clavijo partió de Cádiz en 1403, acompañado por un fraile y un escudero, llegando a Samarcanda en 1404. El relato del viaje quedó plasmado en la minuciosa crónica Historia del Gran Tamorlán, o Embajada a Tamerlán, utilizada profusamente por James Chambers en The Devil's Horsemen (Los jinetes del diablo, si existiera traducción española) Independientemente de los escasos resultados prácticos de la misión, a causa del fallecimiento de Tamerlán (1405), impresiona, vista con perspectiva actual, la intuición geoestratégica de Enrique III que había tenido como preceptores al obispo de Tui, Diego de Anaya, y al que lo sería de Santiago, Álvaro de Isorna, y de ayo a Juan Hurtado de Mendoza el Limpio. Los educadores habían asimilado la tradición militar española, conscientes de que el poderío del ejército musulmán en la batalla de las Navas de Tolosa había residido principalmente en arqueros turcos a caballo, los mercenarios Agzaz. Enrique III anticipó el expansionismo turco antes que nadie en Europa exceptuados genoveses y venecianos. Quiere decirse, somos una vieja nación con enorme densidad histórica y los españoles, los de verdad, el macizo de la raza, las vemos venir.

Ahora bien, probablemente el más avisado y duro de nuestros diplomáticos haya sido Diego Sarmiento de Acuña, primer conde de Gondomar, embajador de España en Inglaterra entre 1613 y 1622. Sarmiento se granjeó odios proporcionales a su valía pero también el respeto y admiración de Jacobo I de Inglaterra. La divisa que adoptó es indicativa de lo que entendía por servir a España: "Aventurar la vida y osar morir".

No sé a buen seguro quién fue el mejor rey de la Historia de España ni me preocupa porque lo importante es que ya no necesitamos un rey genial geoestratega ni diplomáticos que aventuren la vida y osen morir. Con estos precedentes, el futuro rey no debería intentar ser un "gran" monarca porque lo que pide España es alguien "ejemplar": que dé buen ejemplo y, como tal, digno de ser propuesto como modelo.

¿Qué modelo humano representa hasta la fecha Su Alteza Real? Bastante neutro y, en cualquier caso, ninguno digno de ser reseñado. Sin recurrir al populismo ramplón, ese que consiste en fotografiarse con niños tercermundistas, a muchos nos hubiese gustado verlo mezclando su sudor con el del pueblo en un maratón. O tomando vasos en la margen izquierda del Nervión, donde no ondea ni una bandera española. Pero imaginar que dispara a cabras salvajes en compañía de amigos de sangre azul -eso dicen aunque nunca la vi- o que bebe daiquiris en yates de multimillonarios y en pomposos palacios de la realeza magrebí deja la amarga impronta de que se decanta por mundanidades que posiblemente gozan de mucho predicamento y prestigio entre los lectores de la prensa del corazón difícilmente aceptables empero como virtudes ejemplares. En su descargo, al no haber tenido profesores ni preceptores como los de Enrique III quizás no fuese culpa de Su Alteza Real no haber atinado a mostrar lo mejor de sí. Resulta desconcertante que, sin negar problemas de seguridad, los consejeros del Príncipe de Asturias no le hayan inculcado que bajar el Sella en piragua es más propio de su condición que regatear rodeado de la biutiful. Ocurre que nunca es tarde cuando se emprende de buena fe y con voluntad el viacrucis de desaprender.

Por ello mi consejo de viejo español -Rodríguez, hijo de Roderick- es que desaprenda lo aprendido y aplique, en la medida que la Constitución lo permita, algunas reflexiones que Baltasar Gracián recogió en el "Oráculo manual" o "Arte de la prudencia". El centón -trescientos aforismos- se basa en desaprender como hiciera en su momento el jesuita aragonés. Todos los españoles de ley sabemos que frente al secesionismo la razón está de nuestro lado pero de poco nos valdrá si no la sabemos defender. Si el futuro rey es capaz de asumir el sacrificio de su defensa por adversas que sean las circunstancias habrá cumplido ejemplarmente. Lo dice Gracián en el aforismo 4 (El saber y el valor alternan grandeza): "Porque lo son, hacen inmortales; tanto es uno cuanto sabe, y el sabio todo lo puede. Hombre sin noticias, mundo a oscuras. Consejo y fuerzas, ojo y manos: sin valor es estéril la sabiduría".

* Economista y matemático