Sentirse ganador con la pérdida de más de dos millones y medio de votos es tan extraño como entrar en catarsis general tras un descalabro simétrico. La aparente calma chicha en las filas del PP y la tempestad que azota a las del PSOE, distanciados por una exigua diferencia tras las elecciones europeas, condenan la lógica de las reacciones partidistas y desautorizan los métodos predictivos. Extrapolables, o no, los resultados de la consulta instauran el reinado de lo imprevisible. Nada es tan cierto como lo inseguro, dijo un pensador francés; o, según la certera paradoja popular, la situación es desesperada pero no grave. España y casi toda la UE siguen engolfadas en el "análisis" de los reveses que no supieron prever a pesar de las grietas del cómodo bipartidismo. Es el cuadro clínico de una crisis general cuyos "brotes verdes" ni siquiera aciertan a describir como objetivo.

En el espacio nacional conviene admitir que la irrupción de "Podemos" es bastante más esperanzadora que el salto de los nacionalismos ultraderechistas y xenófobos en otras naciones. La descalificación de su cosecha en las urnas parece tan superficial como interesada. Pablo Iglesias asegura que en un año y medio, justamente a tiempo para las elecciones internas, estarán preparados para gobernar. Parece un brindis al sol, pero esa es la finalidad de los partidos políticos, incluso los de origen asambleario que carecen en principio de estructuras formales. Los grupos nacen más o menos de igual manera, y después se organizan. En el reino de lo imprevisible, todo es posible. Estos hijos del querido Stephane Hessel han sacudido los dogmas y seguridades del "stablishment" que ellos llaman "casta". Gusten más o menos, son un síntoma tan real como el desplome de los hasta ahora gobernantes.

El conflicto se hará incontrolable si este fenómeno en la izquierda, como los de utraderecha en otros miembros de la Unión, se interpretan en clave reductora y coyuntural. Es decir, si no es asumida la evidencia de una crisis sistémica mucho más profunda que la económica. El gobierno español afirma que la "victoria" de su partido ratifica el acierto de la política reformista y le anima a proseguir con reformas cuyo signo está muy claro en las exigencias que los controladores de la austeridad se han apresurado a dictar desde el día después de las elecciones. Aunque todo sea inseguro, esa actitud presenta los síntomas del error. Un PP que nada quiere cambiar y un PSOE aquejado de paranoia revisionista en el marco de los fulanismos se abandonan al azar de lo imprevisible cuando deberían ganarse la supervivencia con reformas de verdad. sin prematuras invocaciones a la "gran coalición".