Pocos debates, de los que inundan los diarios, tenían el calado y la hondura políticos del que dividía a los partidarios de las nutrias depredadoras y a los partidarios de los patos domésticos que aquellas devoraban en el estanque del parque urbano. Los segundos decían que las aves llevaban en el lugar 70 años, desde que se creara el parque, y los primeros apelaban a los derechos ancestrales de las nutrias, antiguas pobladoras del humedal que había en aquel lugar desde miles de años. Allí combatían la ecología y la urbanidad, la prehistoria del sitio y su historia reciente, la voluntad de la naturaleza y la de su dominador (Génesis, 1:28), y hasta el paganismo y la civilización mosaica. Ni siquiera cabía apelar al derecho a decidir, pues no había censo de nutrias, el de los patos venía muy mermado por las defunciones y ni unas ni otros tenían reconocido todavía el derecho al voto.