El Nord Stream es un gasoducto ruso-alemán que une Víborg con Greifswald y representa el icono político-económico de las relaciones comerciales y estratégicas entre los dos gigantes, a la vez que las explica: la dependencia del gas ruso, sus estrechos vínculos industriales -las exportaciones alemanas hacia el territorio exsoviético-, la apoteósica flexibilidad de Merkel en el litigio colonialista de Ucrania y Crimea y la posición que ocupa Alemania en el enfrentamiento bipolar entre Washington y Moscú que estrena la nueva guerra fría del siglo XXI. Por si faltaba algo para completar el inmenso retablo de intereses alemanes en Rusia, bastaría invocar el nombre del excanciller socialdemócrata Schröder como uno de los "popes" de Gazprom, ese Estado dentro del Estado zarista de Putin cuya supremacía colonialista antecede a la de la propia Rusia.

Las dominaciones emergentes sobre las clases dirigentes y los pueblos no precisan hoy gotas de sangre o millones de muertos -sesenta millones en la II Guerra Mundial- sino que actúan desde el yugo económico. Lo que pierde la humanidad en soberanía -o dignidad- lo gana en vidas. Si bien se mira, no está mal el trueque. Los campos de batalla sujetos a las carnicerías y los horrores del XX se metamorfosean hoy en guerras de influencias, claudicaciones, sometimientos y hemorragias desde las vísceras del dinero, que lega victorias o escombros. El capitalismo financiero o especulativo, que ha relegado al productivo surgido de la última revolución industrial, y cuyas leyes oxidan cada vez más a la política, también tiene sus cosas buenas: las luchas por el control del mundo han menguado considerablemente las gotas de sangre. No está mal.

En fin, como ha alertado Bruselas, el 50% de las exportaciones de la UE se dirigen a Rusia y las "eventuales sanciones comerciales podrían llegar a suponer una reducción del 1% del PIB en 10 Estados miembros, y del 0,5% como media para toda la Unión". ¿Hará falta subrayar algo más?

Sí. Que las nuevas guerras de dominación son geoeconómicas, y que la geopolítica -que es la ciencia de los mapas superpuestos con la historia- se erige como el discurso correcto para los analisis del mundo. Putin ya la emplea como una cuestión ideológica, porque Putin es un subproducto de la guerra fría que se ha abastecido también de la ideología nacionalista del XIX. Y es consciente de que Crimea es la tradicional base rusa navegable en Europa y de que Kruschev la entregó a Ucrania en 1954, y esa península en manos de un estado amigo de los EE UU tendría graves consecuencias para Rusia. ¿Una Ucrania en la UE? Están en juego las fronteras de Europa. Pero está en juego algo más, porque el conflicto de Ucrania afecta a dos modelos políticos: el de Occidente y el de la pseudodemocracia corrupta rusa. Y ese estado independiente desde hace dos décadas es como un país de frontera: el expansionismo ruso y los moldes occidentales son dos polos de atracción colosalmente mediatizados por los intereses económicos. Ahí está Alemania que dice sin querer decir.