Acabo de leer que el mito neofascista de la Transición y el proceso constituyente como matriz democrática se derrumban. Los 7 signos del Apocalipsis despuntan en el rojo amanecer. Rajoy y Rubalcaba están empavorecidos. Los testamentos del Cojomanteca y Nostradamus anuncian un tiempo nuevo. El posfranquismo que ignominiosamente oprime y empobrece al pueblo -prueba concluyente, la mitad de los disfraces de la viguesa fiesta de la Reconquista son del año pasado- toca a su fin. Todo lo cual pudiera tener cierta gracia salvo a caer en oídos inocentemente despistados que decidiesen adelantar la fecha del derrumbamiento democrático por medios que figuran en los manuales de guerrilla urbana al uso en la margen izquierda del Nervión. Quiere decirse, me parece ramplón, guerracivilista y oportunista escribir en la prensa generalista las mismas soflamas pro domo que en GARA acusando, para mayor inri, a la prensa generalista de mentir.

Ante cosas así, negras cavilaciones me llevan a sospechar que algunos articulistas distorsionan la realidad que nos es común. Temor absolutamente infundado, por supuesto, toda vez que suelen vivir exclusivamente su propia realidad. Sin embargo, la realidad es que la Seguridad Social gastó en 2013 casi doce mil millones de euros del Fondo de Reserva con el que el Estado pagó la pensión del articulista distorsionador. No es mi culpa si ando al quite. Estoy hecho de los malos materiales del alacrán, soy un desagradecido para con quien me ilumina con sus advertencias y un cursi que se identifica con la niña del cuento que lloraba al ver un hacha colgada en la pared porque podría caer y hacer daño. En realidad, mi caso es aun peor, temo que pueda hacerse daño la propia hacha.

Si bien reconozco que un enorme crimen es imputable a la Transición -haber puesto en libertad a asesinos que volvieron a matar- lo que ha sido determinante en mi desinhibición al contar estas cosas es que cuando en un artículo de prensa generalista se escribe en militante sin respetar normas elementales de fondo y forma -los hay, créanme- la función mediadora, razonadamente explicativa, entre articulista y lector, desaparece. Surgiendo sustitutivamente en toda su vulgaridad la propaganda coñazo de los consabidos refritos de la vulgata nacional-socialista más rancia que quepa imaginar -mil veces arrumbada en China, Albania o la URSS- cien veces remendada al estilo de esas metáforas archiconocidas -"astros que después de apagados aún siguen iluminándonos con su luz"- insufribles e injustificables ni en tanto piezas ideológicas.

La evidencia mayor de que el capitalismo y el Estado tienen los días contados es la que revela el análisis desapasionado de las manifestaciones antigubernamentales. Por ejemplo, la Marcha por la Dignidad. Por parte de las planas mayores convocantes, la finalidad de manifestaciones de ese tipo, analizadas objetivamente -tomando asimismo en cuenta lo que opinan en LAB o CUT- no es hacer la revolución sino cambiar de gobierno. Pero por parte del 95% de los manifestantes ni siquiera eso, que también. Las manifestaciones son ocasiones doradas para pasarlo canela. Porque, aunque sean de esmerada doma, la cabra y el potro, si huelen fiesta tiran al monte.

El viaje en autobús -bota de vino y ristra de chorizos en mano- y el desfile pancartero codo con codo, concitan una inmensa kermesse a la que solo los amargados reprochamos la abundancia de regüeldos muy humanamente disculpables por el chorizo y el vino peleón que en el desfile avinagra algo al personal. De por medio, los inevitables eslóganes guerracivilistas propiciados por la inminente toma del Palacio de Invierno. Sin descartar la del estadio Santiago Bernabéu. No falta tampoco efusión de sangre realzando la épica de los numeritos tan gratos a activistas con pasamontañas. Esto es, sanfermines en el Foro ¿A alguien puede ocurrírsele espectáculo más divertido? No. Mientras no surja la genial ocurrencia de presentarse en la próxima kermesse con hienas de combate. En Negreira andan dándole vueltas a la idea.

Al regreso de la manifestación, o incluso en el trance, quien sepa aureolarse de suficiente carisma igual fornifolla sin necesidad de exhibir la labia que antes era exigible a los revolucionarios. Con menos cultura, incapaces de articular un discurso que no esté trufado de frases hechas -indefectiblemente empiezan o terminan por fascista, franquista o españolista- lo que mola actualmente es el estilo camorrista o de matón batasuno, insinuando el arma bajo la chupa. Matonismo al uso de los jaques de antaño, con la notable diferencia que actuaban en solitario, ahí les duele, los jaques, y no en manada. Ese apiñamiento instintivo para delinquir, no me cabe duda, proviene del atavismo anclado en el hogareño calor del establo que no pocos camorristas echan de menos. Eso y la boina calada hasta el entrecejo.

No obstante, para pasarlo canela de verdad se necesita algo más. Se necesita al cronista de los logros que deje todo notariado jactanciosamente para leerlo en el bar. De la misma forma que la toma del Palacio de Invierno tuvo su Eisenstein el tiempo nuevo que alborea desde la Marcha de la Dignidad no carece de propagandistas. Y yo me permito recordar que "Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y otra vez, como farsa" (Marx, "El 18 de Brumario de Luis Bonaparte").

Llegarán las elecciones y las profecías del cronista -que ya había anticipado el fin de la URSS y del chisquero- se realizarán al 100%. Los tiempos nuevos traerán la reconstrucción del muro de Berlín, tres concejales en Cangas, dos en Ferrol y ochocientos votos en Vigo. Wall Street tiembla; Maduro puede dormir tranquilo; Rajoy y Rubalcaba se pegan un panzazo contra las zarzas ardientes ¿Pitita Ridruejo y Rappel qué opinan?

*Economista y matemático