Reina por un día, Alba González Camacho, 21 años, más conocida en Twitter por su nick "Loba Roja", ha rozado finalmente la fama que tanto ansiaba aun a costa de ser condenada a prisión por pedir la muerte de Rajoy a manos del GRAPO, cuyo revival justiciero añoraba junto con las armas que los terroristas vascos guardan todavía pues al parecer ya no les sirven como instrumentos de trabajo en su lucrativa profesión. La señorita González pedía esas armas, sí, para hacer justicia. Para hacer justicia sus amigos le montaron asimismo un tremendo escrache a la vicepresidenta del Gobierno que la Audiencia de Madrid amparó como genuina manifestación democrática aunque no creo que los argumentos que sustentan el auto avalaran un escrache frente a los domicilios de los magistrados amparadores.

La señorita González no irá a prisión, no, habida cuenta que su abogado negoció astutamente la condena, suavizada por la promesa de no volver a publicitar genialidades de ese caletre. O sea, le salió gratis como el escrache a la vicepresidenta. Lo cual no impide que se haya convertido entre sus 6.000 seguidores en mártir de la represión derechista. Borrón y cuenta nueva, por supuesto, de todos los mártires que la derecha ha dado a la democracia, asesinados a manos de jóvenes que quisieron gozar también de nombradía. Algunos hasta lo consiguieron: en el País Vasco le pusieron a una calle el nombre del asesino que ejecutó a su víctima en ese mismo lugar. No recuerdo el nombre del asesino pero la víctima, afiliada a Alianza Popular, cuatro hijos, se llamaba Alberto López-Jaureguizar.

A lo que íbamos. Concediéndole el beneficio de la duda, supongo que la señorita González aunque lo parezca no es completamente lela y, a buen seguro, capitalizará su popularidad de Juana de Arco roja haciendo carrera, si bien corta, en Telecinco. Quizás se dejó succionar, la pobre, por el vértigo de los aplausos, reconocimiento y prestigio conseguido en el entorno con el que interactúa.

Tampoco hay que sorprenderse más de lo necesario. En el Parlamento gallego tenemos un señor de leonada melena, torerillo perfilero de vueltas triunfales al hemiciclo, que para mantener entre los suyos la fama sin gran esfuerzo suelta cada dos por tres lo que le sale del recto, proceder, zapatazos y golpes en los escaños incluidos. Jamás condena el terrorismo pero con frecuencia insulta con total impunidad a los compañeros de las víctimas. Y tuvimos en Vigo a Yerritos, experto en caló y portuñol, que entre la grey juvenil clamaba a la guerra santa nacionalista con proclamas tan extravagantes como siniestras. Lo de Yerritos -no por hierro sino por yerro- fue bautizo de su colega don Luis Curiel, catedrático de francés, porque de cada cuatro frases que soltaba tres eran errores y la cuarta mentira.

En realidad, la obsesión que resienten algunos personajes mediocres que quieren hacerse famosos interactuando con su medio social, a costa de lo que sea, ha sido clínicamente consignada desde hace mucho tiempo. Eróstrato, pastor de Éfeso, a falta de mayores méritos para pasar a la Historia plantó fuego al templo de Artemisa. En psicología clínica, se denomina síndrome/complejo de Eróstrato al trastorno según el cual el individuo busca sobresalir, distinguirse, ser el centro de atención, lograr la fama a cualquier precio. En español, erostratismo significa manía que lleva a cometer actos delictivos para conseguir renombre.

No obstante, allende las sicopatologías, sociológicamente es más interesante "La parábola de las comadres" que sirvió a Lord Dahrendorf para discurrir respecto a la aceptación de desigualdades sociales legitimadas por jerarquías de prestigio, rango o renombre. Dahrendorf imagina una tertulia de rentistas ociosas roídas por el tedio que, sin acuerdo explícito, se entregan al comadreo, la única actividad intelectual que son capaces de practicar. El sistema de interacción que constituyen cristaliza y se orienta hacia un fin determinado: el chismorreo. Poco a poco va surgiendo una atribución tácita de niveles de "prestigio" en función de la "calidad" de los chismes que suministra cada una. Resumiendo, el sistema de interacción fraguado por las comadres acaba secretando una escala de prestigio indiciada por la importancia relativa de cada una al funcionamiento del asfixiante microuniverso.

Si en lugar de las comadres focalizamos nuestra atención en algún grupo que reúna características parecidas, y ejerza cierta influencia en la formación de la despistada juventud, aparece como candidato idóneo el colectivo de profesores de enseñanza media. Hastiados generalmente de un trabajo que detestan, rentistas por el giro que reciben cada mes, algunos desde los tiempos de Franco, dados al muy castizo hábito de las tertulias, interactúan como comadres salvo que en este caso la jerarquía, el prestigio, se establece proponiendo la melonada más gorda. Si uno sale, por ejemplo, con que los celtas irlandeses descienden de los gallegos, otro dirá que la gaita es de origen suevo y un tercero se llevará la palma afirmando rotundo que la liberación nacional está en la boca del fusil, que hay que manejar, claro está, por pardillo interpuesto. Otras veces, es de ley reconocerlo, se entregan a la búsqueda de simpáticos neologismos como "rúas acalazadas" - ¡qué inmenso logro lingüístico, Pepe Luis, qué enorme logro!- casi el eco de "cachopolla" de la autoría de una poetisa en agraz, otra Loba Roja, que tuvo su momento estelar en Público. Lo importante, en definitiva, es que para alcanzar el prestigio dentro del círculo hay que retener la atención por contribuciones negativas, cual grafiteros sin talento, pues las positivas, que aceptaría toda la sociedad, son muy difíciles de alumbrar.

Así se forman las "Lobas Rojas", con maestros que se las saben todas. O al menos saben que el que más chifla, capador.

*Economista y matemático