Obviamente, aunque en la realidad no existen arquetipos puros y todos los sistemas culturales están entreverados de características de sus opuestos o complementarios, al comparar el genio alemán y el francés constatamos que este, empezando por la lengua, corresponde a lo que es abarcable por la inteligencia, por la razón, esto es, mensurable, ordenado, concreto, asequible, finito: la pintura de caballete, el código civil, la jardinería geométrica, la música de cámara, la novela, cierto tipo de matemáticas. El genio de la nación alemana, por el contrario, pertenece al dominio del instinto, de la vitalidad, de todo aquello que no puede ser abrazado por la razón únicamente. Verbigracia, la filosofía, la física cuántica o la música sinfónica que por sus misteriosas infinitudes sólo pueden ser aprehendidas por la intuición, por la pasión. Entendiendo por "nación alemana" los países de habla alemana pues de otra forma Wittgenstein, austríaco de origen judío, no sería propiamente alemán ni lo sería Gödel, el lógico más importante de todos los tiempos después de Aristóteles, nacido en Brünn, actual República Checa.

Claro está, hay opiniones para todos los gustos. Napoleón dijo no haber conocido nunca pueblo tan pacífico como el alemán pero Schopenhauer se avergonzaba de serlo ("El amor, las mujeres y la muerte"). Los aforismos asertivos de Schopenhauer, sobra decir, no hay que tomarlos al pie de la letra, deben ser calibrados ateniéndose al radicalismo de su genialidad y, sobre todo, al pesimismo que impregna su obra. De no ser así los franceses saldrían muy mal parados: "Otras regiones del mundo tienen monos, Europa tiene franceses". Exceso de lenguaje que De Gaulle no tuvo en cuenta cuando afirmó admirativamente ante las ruinas de Stalingrado, refiriéndose al enemigo que había combatido "¡Qué gran pueblo¡"

Existen no pocos indicios de que, efectivamente, el genio alemán se apoya más en la intuición que en la deducción. A partir de la lectura de Schopenhauer ("El mundo como voluntad y representación") Wagner situó en el nivel más alto el sentimiento, la pasión, por encima de la racionalidad. Schopenhauer, Nietzsche, Wagner reflejan casi arquetípicamente el genio alemán. Incluso en ciencias y matemáticas, la potencia intelectual del genio alemán se encuentra más a gusto fraguando sucesivas etapas inductivas, apoyadas en la experiencia, que teorizando conceptos abstractos propios del racionalismo deductivo.

En este sentido, resulta muy esclarecedora la visión esencialista de los científicos nacionalsocialistas optando por una ciencia germana empírica, natural, alejada de la abstracción y la teorización matemática propia de latinos y hebreos, según ellos. Tales fueron en cierta medida los rasgos que atribuyeron a la ciencia "propiamente" alemana los Nobel de Física Lenard y Stark. Lenard, en el prefacio de su manual universitario de cuatro tomos -oportunamente titulado Deutsche Physik- presentó su visión de la ciencia subrayando el tratamiento que le dan a la naturaleza los auténticos germanos (alemanes y nórdicos) asentando su estudio en una relación empírica, directa, intuitiva, casi mística, distanciada del enfoque abstracto, teórico, matemático que le dan otros pueblos. Stark, aun siendo ideológicamente más nacionalsocialista que Lenard, fue bastante circunspecto en su apreciación de la ciencia. En su famoso artículo en Nature ("El espíritu pragmático y el espíritu dogmático en física" 1938) no razona en términos absolutos sino relativos endosándole una mayor frecuencia de características dogmaticas ("A statement on the frequency of occurrence") pero no siempre, a los científicos de origen distinto al germánico al tiempo que la ciencia germánica presenta con mayor frecuencia, en su opinión, un carácter pragmático. Es decir, no hay regla para saber ex ante qué ciencia hará un germano o un no germano sino solamente constataciones empíricas más o menos frecuentes.

Paralelamente a la Deutsche Physik, los matemáticos nacionalsocialistas teorizaron una Deutsche Mathematik en la senda de Bieberbach y Vahlen. Este último bastante mediocre pero Bieberbach fue matemático de gran talento cuyos trabajos ayudaron a resolver uno de los problemas de Hilbert. La Deutsche Mathematik se constituyó contra la escuela formalista en matemáticas recuperando y deformando el debate en propio beneficio, pertrechándose con los logros de la escuela intuicionista. Para ellos, el matemático germano está revestido con las cualidades superiores de la intuición, espíritu de síntesis e inventiva original. Mientras que a la escuela matemática formalista, de esencia no germánica, le atribuyen los defectos duales: a la intuición se le opone el razonamiento discursivo, al espíritu sintético el analítico, al espíritu inventivo el abuso de la prueba lógico-algebraica.

No lo digo peyorativamente pero el esencialismo de científicos y matemáticos nacionalsocialistas coincide en buena medida con la idea que generalmente se tiene del genio alemán. Aunque hay de todo, si a veces decimos de los alemanes que son "cabezas cuadradas" es, precisamente, porque raramente cambian de opinión al asentar sus creencias en intuiciones que se parecen a la fe.

Y quede constancia, por otra parte, que frente al genio apasionado y profundo de Nietzsche prefiero, vitalmente, la ligereza desenfada de Oscar Wilde, superficial pero brillante, de espíritu casi más francés que británico, que terminó sus días en París encamado en una pensión de mala muerte sin un céntimo en el bolsillo -él, que se había casado con una de las mujeres más acaudaladas de Irlanda- rodeado no obstante de algunos incondicionales que de vez en cuando le llevaban un par de botellas de champagne. En una de esas, alzando la copa exclamó: "Muero como he vivido, por encima de mis posibilidades". Nietzsche, así es la vida, afectado por un tipo de locura que lo llevó a la postración, también murió rodeado por unos cuantos fieles que organizaban tertulias a su alrededor, en las que el filósofo no participaba. Excepcionalmente, en una ocasión en la que estaban hablando de España, Nietzsche levantó la cabeza y, como pensando en sí mismo, exclamó: "Ah, los españoles, ese pueblo que quiso ser demasiado". Si hubiera vivido cincuenta años más quizás hubiera dicho lo mismo de los alemanes. Pero hoy día, tanto alemanes como españoles, se contentan con ser demasiado poco. Yo bien me entiendo.