La entrevista de Antena 3 a las órdenes de Aznar triunfó en repercusión, a pesar del error en la fecha de programación. Rajoy es irrecuperable, con independencia de los varapalos que le propine el líder providencial que lo designó. En cambio, la soflama aznarista rebosaba en los ingredientes que le faltaron al Madrid para eliminar al Borussia Dortmund. El presidente de honor del PP es el auténtico espíritu de Juanito, el temple batallador que reparte estocadas a diestro y siniestro. Sus exabruptos no dan para un programa de Gobierno, ni siquiera para un programa televisivo, pero basta un soplido para desencuadernar al vigente inquilino de la Moncloa.

En cuanto al PSOE, la mala noticia vuelve a ser que tampoco consta en este episodio nacional. Los socialistas se equivocan al detectar un tongo a dos manos en la riña intestina.

Aznar solo aspira a salvarse a sí mismo. Rajoy le importa tan poco como la España que le ha permitido efectuar excelentes negocios una vez apeado del cargo. Aznar se ha prestado a desacreditar a un Gobierno de su partido, con tal de lavar su imagen personal arruinada por la financiación del PP bajo su mando. Al amenazar con su regreso -por sentido del deber, no por ambición- no precisó si la reaparición incluiría una nueva edición de los "papeles de Bárcenas", tan minucioso en la descripción contable del reinado aznarista en Génova.

Bastarían dos episodios para acallar las bravuconadas del entrevistado, Irak y el 11-M. Ambos sellaron su mandato, antes de que la boda de El Escorial se consagrara como el primer enlace matrimonial de la historia en que el número de imputados supera al de invitados. Según la autoentrevista y sus analistas de urgencia, el presidente del Gobierno que mintió sobre el mayor atentado de la historia de Europa va a sacrificar la fortuna que ingresa anualmente de empresas como Endesa para volver al Gobierno. Se sobreentiende que será catapultado a la Moncloa, salvo que Aznar se estuviera pronunciando directamente sobre su coronación como Rey, sin necesidad de esos trámites engorrosos que franquean el acceso a las cúpulas estatales.

En su arenga televisiva con testigos no especificó por qué su juicio sobre sí mismo como futuro gobernante debiera ofrecer mayores garantías que su digitación del actual ocupante del cargo, cuya gestión le parece reprobable. A propósito, ¿quién nombró a Ana Botella, que está hundiendo las perspectivas del PP madrileño? Los millones de españoles predispuestos a entusiasmarse o a asustarse con Aznar olvidan que se pasó la segunda legislatura jugando al golf. Este artículo no pretende relativizar el impacto de la entrevista dictada por el expresidente.

Tres días después de su emocionada invocación a un papel público lograba otro contrato privado en el lucrativo sector de la economía improductiva. Existen serias dudas sobre los efectos de su turbopolítica inmobiliaria para el país, pero queda claro que fue tremendamente fructífera en la esfera personal. Es probable que el nuevo candidato a la Presidencia del Gobierno discrepe de este argumento, porque considera normal el regalo de bodas de seis millones de pesetas que el cabecilla de la "trama Gürtel" hizo a su hija. Esta respuesta descalifica al conjunto de la entrevista. Sostiene Aznar que nadie es responsable de que los invitados a la boda diseñada por él tengan después problemas con la justicia. Se olvida de que uno de los principales asistentes al aquelarre escurialense era Silvio Berlusconi, sobre quien ya pesaban imputaciones por aquellas fechas. Esta circunstancia no impidió ni que Aznar solicitara su presencia en el convite ni que se mostrara especialmente solícito con el magnate italiano. A continuación, el empleado español de Rupert Murdoch desautoriza a Sua Emittenza como un empresario indigno de estar al frente de medios de comunicación. ¿Hay que tomarse en serio a un candidato así?

La ecuanimidad obliga a reconocer que Aznar frunce el entrecejo como nadie, y este aspecto ceñudo concede un notable respaldo a sus ridículas propuestas. Su único argumento para nombrar a Rajoy era que alguien más mediocre no ensombrecería el legado aznarista. Si de algo puede presumir el actual presidente plasmático es de que no ha sorprendido a nadie. En campaña presumió de previsible, y la contratación de Aznar como exorcista de su propia criatura obliga a forzar en exceso la credulidad, aunque los telespectadores están avezados por la programación diaria para aceptar cualquier ficción.