Parecía que todo el mundo tenía algo que decir hasta que llegó Twitter. Twitter hace creer a cada uno que tiene algo que decir y, gracias a eso, ya todo el mundo sabe que la mayoría de la gente no tiene nada que decir. La posibilidad mata a la hipótesis.

Aunque hay nuevos medios de comunicación que ponen la expresión pública al alcance de cualquiera, quedan personas que creen tener mucho que decir por medios más antiguos. Basta fijarse en el empresario que se subió a la cúpula del Vaticano para conseguir que le viera todo dios. Creía tener tanto que decir que lo puso todo en su pancarta, atiborrada de letras rojas y negras, y no tenía legibilidad alguna.

"Stop a esta masacre, euro, políticos"... Pide ayuda al Papa, seguramente porque cree en su poder, aunque no tanto como para rezárselo. La pancarta es un balbuceo delirante, pero los periodistas, profesionales de la comunicación, explican el contexto. Este hombre tiene un restaurante de playa y se opone a la directiva Bolkstein, que tiene un nombre monstruoso e impone que las concesiones de restaurantes a la orilla del mar salgan a subasta a partir de 2015.

El empresario, dueño del restaurante La Voz de la Luna, que sugiere una comunicación lunática, ya se encaramó dos veces el año pasado a la cúpula de San Pedro, así que podemos colegir tres cosas: 1) Que no tiene vértigo. 2) Que Benedicto XVI no le hizo caso. 3) Que quien no sabe moverse por los despachos de Bruselas tiene que saber colgarse de las cúpulas del Vaticano.

Un experto en comunicación habría dicho a este hostelero de Trieste que diese un mensaje limpio y claro, por ejemplo "no me quitéis mi restaurante", y así los que estuvieran en la plaza de San Pedro o lo vieran en los periódicos dirían "a este hombre quieren quitarle su restaurante". Pero también se le entendería a él más pronto: ¿Y por qué se sube allí arriba?