En Oporto había viejos locales donde jóvenes sin nada que hacer hacían cosas nuevas. Sin medios, beca ni subvención creaban objetos únicos aplicando una visión nueva a materiales de segunda mano. Era lo que más se podía parecer a ese verbo vírico de "reinventar". Sólo se inventa una vez, caramba, como cantó "Azúcar Moreno".

Ahora hay locales así por aquí. No parecen una solución social, pero sí una solución personal, transitoria, como la vida. Ante la única posibilidad de la nada, algo es algo.

En la sociedad de masas y en sus medios se entiende mejor lo que es para muchos, pero hay gente a la que le gustan estas cosas muy personalizadas, hechas contra o fuera de las vías de alta capacidad del mercado. Si fueron tendencia los macroconciertos, ahora lo último en las capitales europeas son unas actuaciones en una casa a las que se accede por invitación y en las que se puede oír a un grupo en un auditorio de 50 personas que se hacen hueco entre los muebles y que en el descanso van a la cocina a coger una cerveza de la nevera. Como los grandes, pero en pequeño.

En el Madrid de los Austrias la sala de teatro Sexto Derecha es un salón: 15 espectadores por función acomodados en el sofá y butacas asisten a "El lector de Romeo & Julieta" en casa de José Luis Saiz.

Hasta ahora las actividades de esta naturaleza más exitosas eran los restaurantes de lujo, a los que el precio y la espera de meses por una mesa los hace exclusivos, sistema para encaprichar sólo a caprichosos. Todo esto ajusta una oferta limitada a una demanda limitada. Bien.

El sistema tiende a engullir estas iniciativas, aprender de ellas y retorcerles el brazo. No quiero pensar en entrar en el ascensor y que en vez de un vecino te acompañe una persona anuncio y en vez de los tópicos sobre el tiempo te hable de una tablet, de banda ancha o de un coche nuevo.