Siento decirlo, pero no hay motivos para pensar que lo peor haya pasado ya y que estemos camino hacia la recuperación. El problema es que ni en España ni en Galicia contamos con las herramientas necesarias y suficientes para garantizarlo. Esas están fuera de nuestro control desde el momento en el que cedimos soberanía monetaria, cambiaria y fiscal. Por tanto, si quienes ahora las manejan no están dispuestos a hacerlo, fiarlo todo a las reformas es como confiar que dejando de fumar y beber se van a arreglar todos los problemas de salud de una persona. La vocación reformista es siempre necesaria. En las empresas, la administración, las asociaciones de todo tipo, los partidos. Pero los efectos de la mayoría de las reformas se producen siempre en el medio y largo plazo. No alteran de forma significativa las cifras de corto plazo, más allá de las mejoras en los mercados financieros o en las expectativas, si se acaba considerando que estas reformas acabarán alterando los fundamentos de la economía.

¿Y el sector exterior? Por supuesto que es una buena vía de solución, pero España vende, sobre todo, al resto de la Unión Europea. Si hay crisis en Europa es difícil lograr aumentos espectaculares en las ventas al exterior. Porque la apertura de nuevos mercados es una tarea ardua y lenta.

Estamos atrapados. Necesitamos estímulos fiscales a escala comunitaria, necesitamos un Banco Central Europeo más incisivo para lograr que las condiciones monetarias de familias y empresas mejoren: de poco vale que caiga el euribor si aumentan los diferenciales exigidos y las garantías solicitadas. Necesitamos un gobierno económico a escala comunitaria que se preocupe de todos y no se limite a ser correa de trasmisión de intereses, prejuicios o ideología de unos pocos.