Un sector que genera alrededor de 15.000 empleos en Galicia y que puede facturar 120 millones de euros al año puede considerarse, por méritos propios, como uno de los pilares de la economía gallega. Se trata del sector mejillonero, capaz de producir en sus más de 3.300 bateas fondeadas en las diferentes rías casi 300.000 toneladas del que está considerado como el mejor mejillón del mundo.

Pero no cabe duda de que incluso los más capaces y reputados pueden verse en dificultades, sobre todo cuando los competidores extranjeros se empeñan en desacreditar al rival a cualquier precio. Y eso es lo que parece haber ocurrido con la alerta sanitaria emitida en Francia sobre nuestros bivalvos el pasado 12 de abril.

Ese día el Gobierno francés ordenó la retirada del mercado de las partidas de mejillón procedente de Galicia adquiridas a partir del 25 de marzo (Semana Santa) al achacar a su consumo una veintena de intoxicaciones alimentarias registradas en ese país. Los ministerios galos de Agricultura y Sanidade pidieron entonces a los consumidores deshacerse del producto ante la posibilidad de que estuviese afectado por biotoxinas, es decir la popularmente conocida como marea roja, que en ese momento mantenían cerrados los polígonos de las Rías Baixas.

Pero en solo una semana se descubrió que el producto, aunque salido de Galicia, había sido tratado en depuradoras francesas. Y no solo eso, sino que cuando ya en el país vecino partió de la depuradora al supermercado, no estaba afectado ni mucho menos por biotoxinas, sino por algún agente patógeno, tal como no han tenido más remedio que reconocer las autoridades galas. Incapaces de demostrar analíticamente que los casos de intoxicación hayan sido provocados por mejillones gallegos, han acabado por levantar el pasado martes el veto a la comercialización de nuestros bivalvos.

De lo ocurrido se concluye que si el molusco llegó al consumidor francés en mal estado no fue por negligencias cometidas en su lugar de origen sino por fallos atribuibles a los propios sistemas de manipulación, depuración y distribución en su lugar de destino, donde el producto fue finalmente tratado.

Aparentemente la crisis abierta ha quedado cerrada y veremos ahora con la vuelta a la comercialización si también superada. Con todo no está de más reflexionar en voz alta sobre las graves consecuencias que casos de este tipo causan a Galicia y a sus bateeiros. Poner en juego la imagen internacional de un producto de calidad como es el mejillón gallego, atribuyéndole sin probarlo intoxicaciones alimentarias en no se sabe cuántos restaurantes es, más que un infundio, una tropelía.

Como lo ocurrido con otros episodios recientes que tanto daño han causado a productos españoles. Todavía resuena la alerta sanitaria lanzada por Alemania contra los pepinos, las lechugas y los tomates, extendida después a otros países, por un brote de la bacteria E.coli que resultó ser falso y que, por el contrario, tuvo su verdadero origen en una plantación del norteño estado federado de la Baja Sajonia.

Por eso conviene reflexionar a fondo sobre todo lo ocurrido y verlo también como un necesario toque de atención del que es indispensable, casi vital, sacar conclusiones positivas. Independientemente de lo sucedido con los franceses, en Galicia también salieron a relucir posibles errores, dudas sobre los sistemas de control y preocupaciones que, desde luego, nunca deberían producirse.

Si los sistemas analíticos gallegos funcionan, hay que demostrarlo continuamente, aunque eso signifique, por ejemplo, mantener activos todos los controles incluso en los puentes festivos como el de la pasada Semana Santa. Es tanto el daño que cualquier fallo sanitario puede causar a la comercialización del producto y tan difícil restablecer después la confianza en el mercado, que jamás se puede bajar la guardia.

En un mundo globalizado como el que nos toca vivir nada puede quedar a la improvisación. Es indispensable concienciarse de que todos los esfuerzos son pocos para evitar situaciones por nadie deseadas, puesto que todo el esfuerzo, dedicación y garantías de décadas pueden irse al traste en apenas cuestión de horas. Las que tarda en llegar el producto a la cadena alimentaria.

Si Galicia tiene el mejor mejillón del mundo, saquémosle el mayor partido. Si el Instituto Tecnológico para el Control del Medio Marino (Intecmar) está considerado una referencia internacional en la lucha contra las biotoxinas, pues explotemos tal condición al máximo y utilicemos esa excelencia en la supervisión como tarjeta de presentación de nuestros productos. Si hay unas normas que cumplir, también en el propio sector bateeiro, hagamos que todos las cumplan.

En definitiva, hay que hacer todo lo humana, técnica y científicamente posible para marcar distancias sobre nuestros competidores. Y eso pasa por no dejar nada a la improvisación, pues solo así será posible lograr que los franceses no se atrevan ni siquiera a insinuar la existencia de un patógeno o una célula tóxica en el mejillón cultivado en nuestras aguas y enviado más allá de nuestras fronteras.