Durante la 2ª República van a coexistir, con desigual fortuna e importancia, pequeños partidos republicanos de talante conservador más identificables, quizás, por el renombre de sus líderes que por su denominación, y que se orientan en el estrecho, impreciso e indefinido espacio político existente entre el partido radical y la Ceda.

Por ejemplo, antiguos monárquicos liderados por Alcalá Zamora y Miguel Maura, que participaron con el resto de las fuerzas antimonárquicas en la caída del régimen, habían creado Derecha Liberal Republicana. Pese a tener ambos cargos importantes en el Gobierno Provisional (la Presidencia del Estado y el Ministerio de Gobernación), los resultados en las generales de junio no fueron los esperados (22 escaños). En agosto se transforma en Partido Republicano Progresista y finalmente, en enero de 1932, el grupo de Miguel Maura se escinde bajo la denominación de Partido Republicano Conservador, que conseguirá, en noviembre de 1933, una minoría (16 escaños) de cierto interés. Las fuerzas con las que cuenta se resumen en los datos que se recogen en la primera Asamblea General del Partido Republicano Conservador, celebrada el 21 de julio de 1933, en la que están presentes 527 delegados que representan a 41 organizaciones provinciales, 2.239 Comités locales y 381.079 afiliados.

Aunque ambos políticos fueron apoyados en los primeros momentos republicanos por la prensa moderada que, como ellos, pasó de la Monarquía a la República, especialmente por el periódico AHORA, el de mayor tirada durante el período republicano, la verdad es que el único grupo que tuvo prensa propia de alguna importancia fue el capitaneado por Miguel Maura, que contó incluso durante el año 1933, en el que se hizo el mayor esfuerzo de organización y vigorización de partido, con un órgano oficial que se editaba en Madrid. Se llamaba Nueva Política, se subtitulaba "Semanario republicano conservador", y estaba dirigido por Dionisio Cano López, secretario general del partido. Su primer número aparece el 14 de enero de 1933 y estaba orientado, además de dar la información de los asuntos relacionados con el partido, a la defensa de la República contra los monárquicos, de la moderación contra Azaña -al que censuraban sobre todo su apego al poder y la prolongación excesiva del período constituyente- y contra los socialistas.

Cuando se cumplen dos años de republicanismo se lamenta amargamente de la orientación que ha llevado el nuevo régimen, de los excesos que se han cometido, de que "en nombre de la República, ¡cuántos errores y desaciertos se han hecho! (?) Todo aquello que no debía ser la República, lo que convinimos todos que no fuera? ha sido". La inmensa mayoría republicana "ha sido burlada por un grupo que circunstancialmente se encontró con todos los instrumentos del poder". (Nueva Política, "República adelante", 15-IV-1933).Siendo un partido que aspiraba a defender su ideario en un ambiente de civilidad, le molesta y desaprueba las amenazas y desplantes de algunos elementos significativos del partido socialista cuando se les apuntaba la posibilidad de cesar en las labores gubernamentales. Entonces surgen "las frases violentas: dictadura socialista, huelga general, fusilamientos en masa. La primera como opuesta a las maniobras fascistas; la segunda como medio eficaz para implantar el predominio del proletariado; la tercera para asegurar el mando en la calle y el reinado del Terror". Critica esta catastrofista actitud para que la tolerancia no se confunda con la complicidad. Porque la opinión republicana no se asusta ya con esas amenazas graves y fáciles pues se "acabaron los tiempos de "las lenguas sin manos y los pantalones sin alma" censurados por el insigne Costa en aquella época en que España carecía de pulso." (N.P., "La eterna amenaza", 6 -V-1933).

La política religiosa llevada a cabo en el primer bienio y culminada con la ley de Confesiones y Congregaciones religiosas es una de las líneas de actuación que, según su opinión, es necesario rectificar. Refiriéndose en concreto al proyecto de la ley de Congregaciones, dice que es una norma que menosprecia a la Constitución porque, en contra de las garantías individuales que aquella ampara, "ahora resulta que la condición religiosa significa una traba legal para el ejercicio de las actividades del espíritu por medio de la enseñanza; que los españoles no pueden asociarse libremente para los fines más nobles de la vida; que el religioso? no es libre para ejercer la profesión del magisterio; que, como consecuencia de ello, no es libre tampoco para emitir sus opiniones e ideas". Y la razón de "este expolio espiritual" que da el gobierno es la de que "nosotros no nos sentimos tolerantes porque vosotros no lo habéis sido; al integrismo de derecha oponemos ahora el integrismo de izquierda", y esto es hundir los últimos restos de liberalismo y desviar el talante con que se trajo la República que fue el de "convivir en fórmulas de tolerancia y equidistantes del exclusivismo y de la persecución". (N.P., "Integrismo de izquierda", 13-V-1933).