Es muy probable que estas líneas no se acojan con simpatía por un alto porcentaje de los posibles lectores. Lo reconozco y lo acepto porque cuando uno se considera engañado, tal vez arruinado y sin amparo, es lógica su directa repulsa hacia lo que considere responsable de su situación. Siendo así, ¿por qué asumo tal riesgo? Recientemente, tal vez por un inconsciente impulso de vanidad, decidí visionar el vídeo de una entrevista que en 1992, poco antes de jubilarme, me hicieron en la televisión de Namibia, país que había apresado a varios pesqueros gallegos. Disfruté viéndome veinte años más joven y hablando en inglés, pero lo que ignoraba es que en la misma cinta se recogía un multitudinario acto celebrado en 1990 en las instalaciones de Ureca, en Nigrán. Unos mil empleados de Caixavigo celebrábamos las bodas de plata del cambio en la cúpula directiva de la entidad y en los discursos protocolarios y sin fines publicitarios hablábamos con la satisfacción y el sano orgullo de pertenecer a una Caja saneadas, en pleno desarrollo, innovadora y que empezaba a ser la iluminaria de todas las confederadas. El contraste con la nefasta realidad actual hizo que las lágrimas empañaran mis ojos y que, veinte años después de jubilarme, tomase la determinación de hacer con breves pinceladas un recordatorio de lo que fue aquella añorada Caja. Un recordatorio especialmente dedicado a quienes ignoran o quieren ignorar la esfumada realidad.

Cuando en 1965 una incruenta revolución sustituyó el equipo de Enrique Martínez del Río por el de Julio Fernández Gayoso Caixavigo era realmente modesta y los doce millones de euros que sumaban la totalidad de sus depósitos la hacían circular por la zona del furgón de cola; por lo que el sector financiero la consideraba como la hermana pobre que gestionaba los ahorros de las criadas. Resultó un pecado de soberbia con penitencia económica, porque cinco años más tarde la cenicienta ya viajaba en carroza de princesa, copaba un tercio del mercado en su ámbito de actuación y gozaba de general admiración.

Coincidió en el tiempo la visita del Sr. Galán Galindo en funciones de inspección oficial y se encontró con una Caja tan distinta, eficaz e innovadora que al visitar otras Cajas les recomendaba que se acercasen a Vigo para conocer su metodología. Lo hicieron muchas, convirtiéndonos, en el buen sentido, en el repelente niño Vicente que todo lo sabe; es decir, que en los foros profesionales, nuestra opinión siempre era atendida.

La cuenta de resultados empezó a tener entidad y como reparto de dividendos se puso en marcha una impresionante Obra Social, floreciendo las salas de exposiciones que nos permitieron contemplar magníficas muestras de pintura; las guarderías infantiles y clubes de jubilados atendieron a sectores de población de forma inusitada. La ejemplar remodelación del antiguo García Barbón alumbró un faro cultural con teatro conferencias, simposios y exposiciones. En la Escuela de Negocios acrecentaron su formación postgraduados y ejecutivos con masters homologados por una Universidad británica. El ya veterano Colegio Hogar se transformó en un centro de formación profesional con amplio impacto en nuestro tejido empresarial. Y se puso la guinda con el Colegio Universitario, embrión imprescindible de la Universidad que hoy disfrutamos. Muchos hablaron de la idea y de la necesidad de hacerla realidad, pero fue Caixavigo la que urbanizó los terrenos, construyó los edificios y costeó el mantenimiento durante varios años, hasta su entrega a la Administración Pública.

En el otro lado del balance, el que posibilitaba todo esto, las familias y las pequeñas y medianas empresas encontraron un ágil soporte crediticio hasta entonces desconocido. Se puede afirmar sin hipérbole que prácticamente toda la actividad de nuestro entorno de alguna manera se apoyaba en Caixavigo. ¿Qué promoción inmobiliaria se hizo sin su ayuda financiera? Incluso, con una actuación directa, se urbanizó la semi rural zona de Coia, se construyeron 2.500 viviendas que se adjudicaron a riguroso precio de costo y con generoso plazo de amortización. Por ello la demanda multiplicó por diez las posibilidades de oferta y se hizo preciso realizar sorteos notariales. Y no solo empleábamos todos nuestros recursos, sino que importábamos fondos de otras regiones a través del mercado interbancario

Voy a recordar unos casos puntuales, en los que estuve directamente implicado y que, en mi opinión, reflejan con claridad la vocación social de la Caja y el grado de prestigio que había alcanzado. El sector mejillonero atravesaba un momento de aguda crisis que amenazaba con su desaparición, ante el perverso y poco ético ataque de importadores de chirla italiana que en los grandes mercados centrales vendía unos pocos kilos de mejillón a precios irrisorios, impidiendo la comercialización normal. De la mano de Sodiga y con otras entidades financieras tuvimos protagonismo de primera fila en Somega hasta conseguir enderezar el rumbo del sector. Como inversión directa dejó mucho que desear, pero globalmente los resultados fueron óptimos y a la larga la pujanza del sector compensó el sacrificio inicial.

Aunque sin la gravedad actual, los astilleros soportaban una generalizada paralización y en aquellos momentos las Cajas estaban sometidas a un coeficiente obligatorio en forma de deposito en el Banco de España y retribuido al 7% cuando las inversiones normales superaban el 16%. Hicimos gestiones explicando el riesgo que corría el sector naval y conseguimos que el importe del citado coeficiente se emplease en una línea de crédito especial que devengaba el 11%. En poco tiempo tuvimos una demanda que superaba los veinte mil millones de pesetas y como la cifra superaba nuestras posibilidades, vendimos la idea a otras Cajas que, por la confianza en Caixavigo, aceptaron de inmediato. Era una jugada redonda: dinamizábamos un importante sector industrial, inyectábamos fondos de otras regiones y mejorábamos la rentabilidad. Los primeros cinco mil millones se sindicaron en un abrir y cerrar de ojos; pero la inesperada anulación del repetido coeficiente nos obligó a soportar el resto de la pesada carga. Hubo vocación y pulmón para que el martilleo volviera a repicar en orillamar.

Reunidos en Madrid, en Ceca representantes de setenta Cajas se acordó nombrar una comisión para determinadas gestiones en el mercado bursátil. Vigo -su prestigio- fue la única que obtuvo la totalidad de los votos y, casi sonrojado, le aseguré al director de Ceca que no había hecho campaña.

Esto y mucho más no puede negarse al haber de la añorada Caja que dirigía Julio Fernández Gayoso. Seguramente hay contrapesos para el otro brazo de la balanza, porque, inevitablemente, quien lava los platos acaba rompiendo alguno. Por ello y finalmente quiero referirme a las preferentes, de las que lamento poseer un paquete importante para mi economía y que por su procedencia suscribí sin dudarlo. Aún hoy pienso que el producto hubiera funcionado sin la desgraciada fusión auspiciada por la Xunta y el lobby coruñés y sin la puñalada trapera de Elena Salgado exigiendo de inmediato un cuore capital del 10% cuando Basilea preveía el 8% para el año 2018. Por otra parte, al tratarse de un instrumento financiero comercializado por todo el sector, no se puede imaginar una reunión de los máximos responsables de todo el sistema financiero para organizar un timo colectivo. Como decía un célebre torero, lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible. Descarto la intencionalidad, pero comparto y justifico la indignación que debiera tener respuesta política. Y si las entidades emisoras levantan el vuelo y vuelven a generar beneficios supongo que tendrían que reanudar el pago de intereses y tal vez se reactivase el mercado secundario.

Por favor, que no se vea ánimo de ofender ni de alabar en lo que solo es testimonio de añoradas y demostrables realidaes.